martes, 15 de diciembre de 2009

Tengo asma pero no me vacunaré de la gripe A


Hace semanas que comenzó la vacunación contra la gripe A para los grupos de riesgo, pero no se ha producido una avalancha a la hora de inyectarse, más bien lo contrario. "Tengo asma pero no me vacunaré de la gripe A" no parece una frase sensata en un mundo racional, sin embargo las acciones y omisiones alrededor de la pandemia han provocado que la sensatez, la racionalidad y el sentido común se tambaleen. Es normal, lógico, racional que alguien perteneciente a un grupo de riesgo vaya a vacunarse de la gripe A, pero también nos está pareciendo normal, lógico y racional que no vaya. ¿Por qué? Por la desconfianza y la falta de credibilidad respecto a todo, incluidas las autoridades sanitarias. En ello puede haber influido lo siguiente:
  • Información contradictoria sobre la gravedad de la enfermedad. Al principio hubo un incesante relato de las primeras muertes, lo que provocó la alarma; después hubo que apaciguar a la población diciendo, por ejemplo, que más gente se moría por la gripe estacional. Ahora se dice que la mayoría de los afectados la están padeciendo levemente, como cualquier otra gripe: unos días en casa y ya está. El léxico también influye: se la llamó "pandemia" y, ante el temor al pánico generalizado, hubo que aclarar que el término se referiere a su extensión geográfica, no a la gravedad.
  • Percepción de falta de rigor en la experimentación de la vacuna y de primacía de intereses económicos. Prende la idea de que la vacuna está hecha a lo bruto, o sea, rápido y mal, para vender como churros. Así que mucha gente no la quiere ni gratis.
  • Falta de claridad y titubeos en torno a los posibles grupos de riesgo. Se dijo que afectaba más a los jóvenes que a los ancianos; que si no se vacunaba a los niños, después que si sí; a las embarazadas igual: que si no, que si sí, pero con una vacuna más suave.
  • Desinformación sobre el origen de la pandemia. Primero se la llamó "gripe porcina" así que su origen se relacionó con el cerdo, como esto parecía dañino para el comercio se buscó un nombre más neutro: "gripe A". (De nuevo se intuye que priman los beneficios económicos). A esto hay que añadir la circulación de diferentes versiones sobre el origen y no se sabe cuál es la verdadera. Parece que no hay interés en abordar las causas o en informar sobre ellas.
  • Voces alternativas sobre la difusión de la pandemia y la vacuna. Muy difundido por internet ha sido el vídeo con la versión de una monja.
  • Presentimiento de manipulación o engaño por parte de los presuntos manipulados o engañados. Cuando esto ocurre, el presunto engaño no tiene efecto. A este punto han contribuido todos los anteriores. En definitiva, damos tanta validez a la charla de la monja como a los discursos procedentes del sistema, es decir, ninguna.
En los noticiarios de televisión suelen preguntar a algunas personas si se han vacunado y el motivo. Las respuestas se pueden agrupar en: "Sí, porque creo en ello"; " No, no me da confianza". Aquí está el problema: con la gripe A la ciencia, los conocimientos y cuidados médicos se han convertido en un asunto de creer o no creer. La ciencia no es creencia, sino demostración: hipótesis, datos, indagaciones, experimentos. En el caso de la actual pademia como no se demuestra nada, no se informa sobre las causas, no se sabe si se ha experimentado lo suficiente, la vacunación pasa a ser un asunto de fe. Lo mismo que en otras religiones, aquí también surge el escepticismo, el cual puede ser masivo y extremo cuando no paran de tocarnos las narices. Por eso no es extraño que los grupos de riesgo no se apuren para vacunarse. Tengo asma, pero no me vacunaré de la gripe A. Total, según está la sanidad en Madrid, antes me puedo morir de cualquier otra cosa.


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sábado, 7 de noviembre de 2009

El Plan E y la vendedora de tortillas en Marqués de Vadillo


En un enorme cartel, junto al puente, figuran los datos sobre la remodelación de la glorieta de Marqués de Vadillo. Se puede leer el nombre del contratista, que durarán ocho meses y lo que cuestan: 4.453.716,90 euros. Son obras promovidas por el Ayuntamiento de Madrid y están dentro del Plan E (Plan Español para la Estimulación de la Economía y el Empleo). Sobre el gran letrero también están estampados el logotipo del Ministerio de Administraciones Públicas y el del Gobierno de España. Formando conjunto visual con estas obras -aunque nada indica si están emparentadas- hay otras que suben por General Ricardos dejando destripadas ambas aceras. Sus esporas se dispersan en forma de zanjas y vallas también por Antonio López y Antonio de Leyva. En las vallas de General Ricardos hay unos pequeños carteles blancos en los que pone: Canal de Isabel II. Estos carteles se alternan con otros de fondo azul en los que reza: "Estamos trabajando por su ciudad. Perdonen las molestias". En la glorieta, las obras del Plan E conviven con la venta ambulante. Próximos a la boca del metro, los vendedores se sitúan con piezas de ropa, discos compactos, abanicos y algo parecido a unas tortillas. Son distintas formas de una economía en crisis.

Entre Marqués de Vadillo y General Ricardos hay un incesante trasiego en medio del caos. Semáforos y policía municipal regulan el tráfico de unos vehículos que han llegado a una glorieta trastocada. Peatones van y vienen entre vallas, zanjas, polvo, barrillo y ruido, mucho ruido. Trabajadores con indumentaria reflectante: unos le dan al taladro, otros colocan el pavimento, otros se quedan mirando, los menos manejan la maquinaria amarilla. Por todas partes, endebles placas metálicas sobre las zanjas para facilitar el paso. Una vecina, que viene de la compra con una bolsa en cada mano, se da cuenta de que una de estas placas no lleva a ninguna parte; tiene que salir del laberinto. El vendedor discapacitado de la ONCE, con sus dos muletas y los cupones prendidos en la camisa, sube y baja por General Ricardos bordeando las vallas que le resguardan de las largas excavaciones, las tuberías desparramadas y los escombros. Las señales para el paso de peatones sobre las vallas miran hacia los escaparates; no sirven para nada. Por todas las calles adyacentes bajan riadas de seguidores del Atlético de Madrid con sus bufandas rojiblancas, los mismos colores de las balizas y las barreras de seguridad portátiles. Da la sensación de que las han puesto para encauzarlos hacia el estadio. Un vehículo estacionado se ha quedado encerrado entre las vallas. "Quítala, Fran". "No se puede". "Sí que se puede. Quítala, que tengo que sacar el coche de aquí". En la glorieta, los vendedores vociferan su mercancía. "Pantalones de leopardo a dos euros". En la misma entrada del suburbano, la vendedora de tortillas ha colocado un saco de cuadros en el suelo. El saco se mantiene tieso, como si dentro hubiese un cubo. Los viandantes extranjeros preguntan. Ella asegura que se han hecho por la mañana. Hay oferta si se compran a pares. En una bolsita de plástico se las llevan.

La venta ambulante de tortilllas caseras puede constituir un peligro para la salud, pues se trata de alimentos no sujetos a las medidas higiénico-sanitarias adecuadas. Las obras del Plan E destruyen el paisaje urbano, perturban la vida del barrio y atentan, también, contra la salud, pues producen contaminación acústica y ensuncian el aire con plovo y partículas en suspensión. Las obras son para que unos hombres se ganen el sustento. La venta ambulante de tortillas es para que unas mujeres se lo ganen también. Las obras son para remediar provisionalmente una situación económica de crisis. La venta ambulante de tortillas también, al menos hasta que la cocinera y la vendedora encuentren un empleo mejor. Estas son las cosas que el Plan E y la venta ambulante de tortillas tienen en común, sin embargo hay sustanciales diferencias. Las obras del Plan E son legales, tienen publicidad en grandes letreros y en los medios de comunicación. La venta ambulante de tortillas es economía sumergida, se hace a escondidas, parece que no existiera. Las obras se ejecutan tranquilamente, sin prisas. La venta ambulante con la mercancía por el suelo requiere rapidez, sobre todo, en la huida.


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viernes, 30 de octubre de 2009

Cinco meses o más para una endoscopia

En el hospital Infanta Sofía, ubicado en San Sebastián de los Reyes (norte de la comunidad de Madrid), durante este mes de octubre están dando citas para realizar las endoscopias en febrero. Así que mi primo tiene que esperar cinco meses o más para saber a qué se debe ese dolor de estómago que no le permite comer ni dormir. Cuenta mi primo que el dos de octubre, tras salir de la consulta de su médico, se dirgió al mostrador de su centro de salud para que le dieran cita. La persona que le atiende pide la cita al Infanta Sofía por ordenador o fax, no le queda claro. Después le dice que desde el propio hospital le llamarán a casa por teléfono para comunicarle la cita. Mi primo pregunta:
-¿Cuánto tardarán en llamar?
-No sé, pero si pasan más de quince o veinte días habría que preocuparse, tenga en cuenta que ese tiempo es sólo para comunicarle una fecha.


El ventidós de octubre -o sea, veinte días más tarde- mi primo aún no había recibido la llamada del hospital para la cita. Acudió a su centro de salud por si sabían algo. Le indicaron que no había llegado fax alguno con la respuesta y en el ordenador tampoco había novedad. La señora que le atiende en el mostrador asegura:
-Lo único que consta es que se ha enviado la petición de cita.
-Sí, pero ha pasado bastante tiempo. ¿Qué solución me dan?
-Si quiere le doy el teléfono del Infanta Sofía o vaya usted directamente al hospital.


"Querida prima, me lo temía. Ellos no van a trabajar para solucionarlo; tiene que currárselo el paciente". Así que mi primo se fue al hospital y se situó en la larga cola de espera ante el mostrador de admisión. Llegado su turno, explicó su caso. Respuesta:
-¡Uy! Para las endoscopias tardan más de un mes en llamar. No obstante, déjeme un momento los papeles.


La funcionaria, que tardó más de quince minutos en volver, le dice:
-Si usted no viene al hospital, esta petición de cita nunca hubiera llegado aquí. Ahora le llamarán.
-¿Cuándo telefonearán? -insiste mi primo. Sólo quiero saber el tiempo aproximado.
-No sé, ya le dije que para la endoscopia tardan más de un mes en llamarles a casa. Este mes están citando para hacer las endoscopias en febrero.


Mi primo, un poco pesado, vuelve a preguntar:
-Si llaman en octubre, me citarán en febrero; pero si llaman dentro de un mes -finales de noviembre o ya diciembre-, ¿para cuándo me citarán?
-No sé, pero seguro que, antes de hacer la endoscopia, le llamarán.
-¡Qué bien! Es de agradecer, más que nada porque para hacer una cosa de este tipo es preciso conocer cuándo hacerla. -Seguidamente a mi primo le entró una risa nerviosa.


Mi primo sale del hospital y va pensando en lo que puede suceder para febrero o marzo o abril. "Que el agujero de mi estómago me engulla, entonces no necesitaré la endoscopia; que me sienta bien, luego para qué pasar por la molesta endoscopia; que tenga un tumor enorme y me digan: ¿Por qué no ha venido antes?"

Aquí, la prima, que no sabía cómo consolarle, le envía un mensaje pelín pedante al sufrido paciente: "Querido primo, has vivido una situación kafkiana de ineficacia burocrática en la que se extraviaron tus datos. Te aseguraron que los habían enviado, pero no que llegaran a alguna parte. A la vez, como estamos en España, es también una situación de esas que Mariano José de Larra pinta en sus artículos costumbristas, ya sabes, sobre la pereza y dejación con que nos tratan, así nos estemos muriendo". Mi primo contesta: "Querida prima, no ha nacido genio literario, científico ni de otro tipo que desentrañe los entresijos de la burocracia en la sanidad pública madrileña". Sólo la elogian la presidenta de la Comunidad y su consejero de Sanidad, pero ellos la ven con los ojos del poder y, desde luego, no la sufren como nosotros, que somos unos primos, nada más que eso, un montón de primos embaucados fácilmente.


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lunes, 19 de octubre de 2009

Churro, media manga... Una dola tela...

Las cinco de la tarde, salíamos corriendo del colegio, llegábamos a casa, dejábamos la cartera y de nuevo a la calle antes de hacer los deberes (o después, depende). Ni a merendar parábamos en casa. Bajábamos con el bocadillo en la mano: pan y jamón, pan y chorizo, pan y chocolate. Se jugaba por todas partes, en el barrio o más lejos: en un solar sucio, en un barrizal, entre bloques de edificios, en cualquier explanada. Cuando encontrábamos un muro medio derruido decíamos: "Vamos a jugar a la muralla". Nos juntábamos para jugar a lo que fuese. Pocas cosas hacían falta. Una goma o una comba para saltar, una pelota. Una tiza para dibujar una muñeca en el suelo y una piedra para lanzarla casilla a casilla. Un simple palo bastaba para marcar el campo sobre la arena y jugar al balón prisionero. Las manos, para escarbar la tierra y hacer un gua para jugar a las canicas. Una pared, para jugar a burro. Era uno de los juegos más espectaculares, practicado por niños y niñas, aunque casi siempre por separado porque los chicos eran "unos brutos". "Una dola tela catola..." para echar las suertes y formar dos equipos. El que hacía de madre, colocado de pie con la espalda en la pared, sujetaba la cabeza del primero de los que formaban el burro. Éste, el primero, se inclinaba -como un burro, claro- exponiendo su lomo; apoyado en su trasero o entre sus piernas otra criatura se colocaba en la misma posición y, así, hasta formar una hilera de lomos preparados para recibir los saltos del otro equipo. A la voz de "¡Burro va!", uno a uno saltaban colocándose a horcajadas. Si el burro no se había caído, venía lo de "Churro, media manga, manga entera". Tenían que adivinar si se había elegido puño, codo u hombro. Era un juego un poco rudo, pero muy divertido. Se aprendía por imitación o porque te lo enseñaban otros niños, como todos los juegos de entonces. Hoy los niños ya no juegan en la calle, si acaso en verano y mientras dura el buen tiempo; después, desaparecen. Ven la televisión y juegan en casa a la consola, la pesepé, la deese, el ordenador y otras maquinitas. Muchas clases extraescolares y deportes en recintos bien delimitados.

Han cambiado los tiempos, pero no se le puede achacar todo a la televisión y a las nuevas tecnologías. Otros factores influyen pues también han cambiado los espacios, nuestros hábitos y actitudes. La calle ya no es un espacio inmenso donde divertirse. El espacio para jugar se ha restringido a los parques. Estos tampoco son como antes, ahora son recintos cerrados con muros y verjas y, dentro del propio parque, el área infantil también está delimitado con otra vallita de colores. Ahí se concentran los columpios y los toboganes para los más pequeños. El mobiliario urbano para niños ha ido menguando. Han desaparecido los toboganes altos y los columpios grandes repartidos por el parque donde nos mezclábamos los de todas las edades. Ahora, los pequeños, en su corralito de colorines, y los grandes, en las canchas si es que el parque las tiene. Actualmente los niños no salen solos a la calle, sino que van siempre acompañados de adultos: padre, madre, abuelos, tíos, cuidadores. El miedo se ha apoderado de nosotros y ha convertido a los niños en nuestros prisioneros. Antes nuestras madres nos advertían para que no nos descalabráramos. Las costras perpetuas en las rodillas. "Hija, ten cuidado, un día te vas a partir la crisma"; "A las diez en casa"; "No cojas nada que te dé un extraño"; eso era todo contra los peligros. Pero hoy tenemos muchísimo miedo: a los coches de los que conducen como locos, al tráfico de drogas, a los pederastas. Malvados que se llevan, violan y matan a los niños. Tanto miedo infunden los malhechores, que ni a los niños se manda a los recados. El miedo se ha llevado lo mejor que teníamos: la transmisión de canciones y juegos populares, el sentimiento de identificación con el barrio, las relaciones con otros niños, el aprendizaje de normas y valores desde pequeños y, sobre todo, la libertad de ir, venir y jugar donde diera la gana. ¡Malditos los monstruos que nos hacen sentir miedo! Ahora los niños padecen obesidad y trastornos alimenticios, se les tacha de egoístas y agresivos, en fin, complicados problemas. Pobres chiquillos con teléfono móvil. Sólo perdura una cosa: la necesidad que tiene un niño de jugar con otros niños. "¿Por qué no juegas?". "Es que Pili no me ajunta". Pili: "Mentirosa, sí que te ajunto y te dejo 'primer'".
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miércoles, 7 de octubre de 2009

8 OCT. DÍA MUNDIAL DE LA VISIÓN. "Letra pequeña, letra discriminadora en los contratos"

En nuestras sociedades tan posmodernas, y sólo supuestamente solidarias, la documentación para hacer un contrato sigue teniendo el apartado de letra pequeña, en la que figuran cláusulas y condiciones que no somos capaces de leer. Se nota que es una letra microscópica hecha adrede. A veces se usa para ella un color diferente, un gris suave o un verde pálido que apenas destaca sobre el blanco o el color claro del papel. Hecha aposta para dificultar la lectura y, por tanto, el entendimiento. Para que nos cueste enterarnos. Nos obliga a forzar la vista. Los miopes acercamos el papel, otros lo alejan, pero nadie la ve. Es difícil leer más de dos líneas. Cuántas veces hemos deseado tener una lupa a mano para ver qué pone. Esta letra constituye una barrera para todos los que vemos, pero es también una letra que descarta absolutamente a los deficientes visuales, en este sentido es una letra discriminadora.
En nuestras sociedades, tan avanzadas, seguimos consintiendo este oprobio, este hecho innoble, grosero y desatento. Tendría que ser al revés: facilitar la visión, letra apta para los ojos, letra grande y nítida para los ojos de los deficientes visuales. Parece algo tan evidente. Puede que a alguien le parezca normal la letra pequeña o que la justifique de algún modo, por ejemplo diciendo: "Pues que se aguanten, no se va a gastar papel sólo para ellos". ¡Cuánto papel se gasta para nada! Letra pequeña, letra asquerosa, indigna y humillante. Pero el tamaño de las letras lo eligen las personas. La empresa que diseña un contrato con esa letra tan pequeña sabe lo que hace: rebaja, anula, discrimina. La empresa que redacta un contrato con esa letra tan pequeña se delata a sí misma. Tú eliges qué tipo de empresa quieres tener.

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martes, 6 de octubre de 2009

Sin plata para sus ojos

En los basurales de las lomas del desierto, frente al gran océano, los niños padecen muchas enfermedades, las propias de todas las poblaciones y las derivadas de vivir trabajando con los residuos; todas ellas agravadas por la carestía de la asistencia sanitaria. Cuando se ha nacido en esta parte del mundo, limitada es la esperanza respecto a las enfermedades de los ojos. La mayoría de adultos y de niños, que no ve bien, no lleva gafas. Los contados niños que las tienen, las usan con graduaciones que ya no correponden. No hay revisiones periódicas y, por supuesto, las dioptrías que se necesitan tampoco se actualizan con nuevas lentes. Los modelos de gafas son muy antiguos y de bastante mala calidad.

Una tarde de verano las niñas estaban jugando al balón. A la única niña que llevaba gafas se le cayeron. Al recogerlas, observó que algo faltaba. Ella -entre lágrimas- y sus amigas se afanban en buscar un pequeño tornillo. Éste no unía una de las dos varillas con el frontal, sino que era un tornillito que unía el propio frontal. Esta pieza, el frontal, no era una sola cosa sino dos, es decir, se dividía en parte superior y parte inferior. En cada extremo había un tornillito que juntaba ambas partes. Si faltaba el tornillito de la izquierda, se separaba el frontal y caía la lente izquierda. Con la parte derecha, lo mismo. Era un modelo realmente extraño. Las niñas encontraron el tornillito, se colocó en su sitio, pero el endeble metal de la montura estaba muy desgastado; el tornillito ya no enroscaba bien. Se volvería a caer. A los pocos días la niña apareció con la misma gafa y, en lugar del tornilito, un trozo de alambre retorcido. Otro día la niña llegó sin gafas y, así, ya, todos los días. Entre tanta penuria no hay plata para unas gafas nuevas, ni montura ni cristales.

La mayoría de los niños nunca ha pasado por la consulta de un oftalmólogo, no los hay por allí. Pero, aunque les viese algún especialista, tampoco serviría de mucho. Hay niños extremadamente bizcos y así continúan en la edad adulta, un mal que en los países ricos apenas ya se ve, pero ni para eso hay plata. Las familias más pobres no invierten en los niños con deficiencias físicas o psíquicas. No es que los padres no los quieran o no los atiendan, es que la plata no llega por lo que suponen que, en cualquier caso, los más débiles van a perecer. Se necesita mucha plata para un ciego, cuidados, colegios y profesores con conocimientos especiales. La poca plata que se tiene se invierte más en los hijos sanos y fuertes, en los que sobrevivirán, estudiarán y, quizá, saquen a la familia de la miseria. El resto allí queda, a veces van al colegio, a veces, no, con sus brillantes ojos almendrados entre polvo, humo y niebla por los cerros de basura del desierto.
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martes, 29 de septiembre de 2009

Personas No, dinero SÍ. Rifirrafe en una caja de Madrid

Antes en la caja se podían pagar los recibos de servicios varios y hacer ingresos en las comunidades de propietarios durante el horario habitual y completo de atención al público. La usuaria, normalmente, iba por la mañana de ocho a dos cualquier día hábil de la semana. Pero hace dos años ese horario ha quedado restringido. En la sucursal de la caja donde la usuaria suele ir han puesto un cartel que reza: “Pago de recibos. Martes y jueves de 9:00 a 10: 30 h. del 10 al 20 de cada mes, en su oficina”. El cartel también indica que si “usted es cliente” de esa caja puede pagar recibos durante las 24 horas del día a través de tres vías: oficina telefónica, internet y cajeros automáticos. El cartel concluye recordando que se gestiona la domiciliación de recibos. La usuaria lo ha leído íntegramente.
Llegado el jueves 20, la usuaria no ha podido hacer el ingreso en la comunidad de propietarios, pero como conoce el letrero cree que puede ir el viernes 21.
USUARIA. -Buenos días, vengo a hacer un ingreso en esta cuenta.
CAJERA. -El pago de recibos es los martes y jueves de nueve a diez y media del 10 al 20 de cada mes.
USUARIA. -No quiero pagar un recibo, quiero hacer un ingreso en la comunidad de propietarios.
CAJERA. -Ya le he dicho que hoy no es.
USUARIA. -En ese cartel sólo pone “pagos de recibos”.
CAJERA. -Es también para ingresos en comunidades de propietarios.
USUARIA. -Pero no lo pone en el cartel, luego esa información está incompleta. Ustedes tienen que informar correctamente para que los usuarios nos podamos orientar.
CAJERA. -Incluye los ingresos en comunidades.
USUARIA. -No figura. Los usuarios no somos adivinos. Si no puedo hacer el ingreso usaré la hoja de reclamaciones e indicaré deficiencias en la información.
El director de la sucursal ha oído la conversación y sale en auxilio de la cajera o para dar más autoridad.
DIRECTOR. -Señora, los pagos de recibos e ingresos en comunidades de propietarios son del 10 al 20 de cada mes.
USUARIA. -Señor, en el cartel sólo pone “pago de recibos”. La información es incompleta. ¿Cómo lo saben los usuarios si no está escrito?
DIRECTOR. -Lo pone en el tablón de anuncios.
El director va al tablón de anuncios, regresa con una hoja y le da la vuelta.
DIRECTOR. -Aquí lo pone.
USUARIA. -Muy bien. Viene escrito en una hoja impresa en letra pequeña por las dos caras. Esto figura en el reverso, que es justamente la cara pegada a la pared y oculta a la vista del público. ¿Usted cree que los usuarios se deberían dedicar a girar las hojas del tablón de anuncios para informarse de todo?
DIRECTOR. -Bueno, lo pone.
USUARIA. -Sí, mirando a la pared. En el cartel deberían constar todos los grupos a los que atañe: pago de recibos, ingresos en comunidades y pago de alquileres. Sigo pensando, pues, que la información es insuficiente, así que quiero hacer el ingreso.
DIRECTOR.-Puede usted pagar cualquier día por banca telefónica, internet o cajeros automáticos.
USUARIA. -Ya lo he leído, pero es para clientes. No hay nadie en la cola, estoy aquí y quiero hacer el ingreso. Voy a poner una reclamación diciendo que la información es muy deficiente.
DIRECTOR. -Pues llame al servicio de atención al cliente.
USUARIA. -No, prefiero hacer la reclamación por escrito.
DIRECTOR. -En el servicio de atención al cliente le atenderán muy bien.
USUARIA. -Ya, pero -por si acaso- las reclamaciones siempre las hago por escrito, me gusta guardarme las copias y que las lean en consumo. Allí tienen otro cartel que dice que tienen hojas de reclamaciones. Las tienen ¿no?
DIRECTOR. -Sí. Excepcionalmente vamos a aceptar el ingreso, pero excepcionalmente.
USUARIA. -En ese caso, excepcionalmente no usaré la hoja de reclamaciones, pero excepcionalmente.
DIRECTOR. -¡Ja, ja, ja! Se ríe el señor director, la usuaria cree que se ríe de ella.
USUARIA. -¡Je! Una mueca, se ríe levemente de la repugnancia que siente por todo.
El director se distancia. La usuaria y la cajera proceden al ingreso.
USARIA. -Adiós. Buenos días.
DIRECTOR. -Adiós.
La usuaria sale de la sucursal. Le sale humo de las orejas y de los talones, parece una locomotora a vapor. Va pensando que se produce una obligada reducción de la presencia personal al tiempo que la imposición de la gestión a través de las vías a distancia. A algunas personas les puede favorecer: a las que trabajan o están muy ocupadas y tienen suficientes recursos para utilizar esas vías. Al resto, ancianos que no saben usar las nuevas tecnologías, desfavorecidos que no disponen de esos artilugios, disidentes de tanta pamplina, les dejan un tiempo muy reducido. La presencia de todos estos sujetos ha de ser la mínima. Molestamos, hacemos colas, llenamos el local con carritos de bebés, bolsas de la compra y abuelos, les rebajamos a su condición de simples cajeros, les hacemos trabajar. ¡Maldito cartel! Es como si tras el cogote nos dijeran:”Sólo queremos vuestro dinero. Como personas no os queremos ni ver por aquí”. A lo mejor se creen que no nos hemos dado cuenta de que la obra social de esta caja de Madrid es pura mercadotecnia que sólo sirve para lavar su mala imagen.
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jueves, 17 de septiembre de 2009

Piojos mutantes

“Y eso que han cambiado a la niña a un colegio de monjas”, decía una abuela, queriendo aminorar la vergüenza que tener piojos supone, mientras en la droguería compraba un producto para eliminarlos. En la farmacia la señora de delante se dirige al farmacéutico: “Paco, dame eso que es tan bueno para los ’pipis’ “. No recuerdo como se llama, algo así como ‘Tiquixitix’, ‘Pluschesix’ o ‘Superflixtix’”. Paco: “Son veinte euros”. La señora me hace saber que cuesta el doble que los otros, pero lo compra para ver si es el definitivo, ya está harta, lleva todo el verano así. “¿Es loción?” Paco: “Es espray”. Los niños de las vecinas, de los parientes, del parque, de la piscina, casi todos tienen piojos este año. Eso no es lo raro pues generación tras generación los críos han tenido piojos; lo extraño es que no hay forma de erradicarlos. Un dineral se gastan las familias en unos productos farmacéuticos que no son más eficaces que el antiguo remedio del vinagre, por supuesto, bastante más barato.
Durante la guerra y la posguerra los piojos y otros parásitos se achacaban a la miseria y a la consecuente falta de higiene. A mediados de los setenta hubo una enorme plaga y, en cierto modo, se seguía atribuyendo la existencia de piojos a las bolsas de pobreza que había en la periferia de las ciudades. Pero, cuando los niños de mi generación tenían piojos, los padecían –generalmente- sólo una vez. Es decir, se usaba un producto (loción) para eliminarlos y otro (champú, colonia) para prevenirlos. Era suficiente. Me aventuro a señalar que la guerra contra los piojos rebeldes comenzó hace unos veinte años. Había noticias, a finales de los ochenta, en las que las madres se quejaban de las dificultades que tenían para quitarlos de las cabezas de sus hijos. Algunas lloraban porque no los habían tenido de niñas y se habían contagiado de adultas. La pobreza y la escasa higiene ya no cabían en el razonamiento de las causas. Por aquel entonces, como la gente no se podía explicar el fenómeno, surgieron leyendas urbanas a las que –a falta de un argumento mejor- era fácil aferrarse. Se decía que los piojos eran arrojados a los patios de los colegios desde avionetas; también que eran llevados en sacos por las noches a los lugares donde suele haber niños. Como se puede intuir, la imaginación popular buscó culpables siguiendo la pista del dinero.
Hoy persisten las infestaciones por piojos y las dificultades para deshacerse de ellos. Los productos pediculicidas se están usando sobre el delicado cuero cabelludo de los niños semana tras semana de junio a septiembre o más. Champús, lociones, espráis, liendreras, todo un arsenal para combatir al parásito y a sus huevos, pero no hay forma. Surgen nuevas explicaciones. La leyenda urbana da paso a internet. Hay webs en las que los expertos creen que el “pediculus capitis humanus” ha mutado, se ha vuelto resistente. Ahora, en esta época de altas tecnologías, no hay culpables más allá del propio piojo mutante. Un piojo de ciencia ficción, aunque muy real pica en las cabezas de nuestros niños. Sospechoso y de origen desconocido como las gripes esas de verano. Desplegamos la artillería farmacéutica para derrotar al piojo mutante y nones, mientras tanto los laboratorios se están forrando. Hay tantos productos que, cuando vas a comprar, no sabes cuál elegir. El que te recomienden en la farmacia. Primero, los de diez euros, luego, los de veinte. Hay que venderlos todos. El enemigo parece tener aliados. Nos falta determinar quién es el verdadero enemigo. Pobre piojo. Farmacias, droguerías, vinagre de la cocina. Ahora se ha puesto de moda el aceite de árbol de té, de venta en herbolarios. Demasiada oferta absurda. No sé si ir al veterinario y comprarme un collar para perros.
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viernes, 11 de septiembre de 2009

Se jactaba el aprendiz

Hace muchos años conocí a un joven que trabajaba en un taller de reparación de automóviles. Era bien entrada la tarde, el muchacho había terminado su jornada laboral y estaba en el parque reunido con un grupo de chicos y chicas de similar edad. Me acerqué al grupo para saludar a un par de amigos. Pude escuchar como el joven aprendiz se jactaba de las grandes hazañas del taller mecánico. Pasaba por allí un hombre de pelo blanco, el chaval lo señaló y dijo que era un cliente, un pelma que llevaba con mucha frecuencia el coche al taller. Según el aprendiz, el señor estaba obsesionado, acudía por cualquier pequeño detalle: un ruidito de nada, un poco más de calor aquí o allá. En alguna ocasión fue necesario reparar, pero la mayoría de las veces el coche no tenía nada, sin embargo al hombre del pelo cano le cobraban igual. Le hacían una buena factura por nada, ni siquiera se molestaban en revisar el coche. El aprendiz soberbio, orgulloso seguía jactándose de lo rentable de su recién estrenado empleo: “De idiotas como ese del pelo blanco vivo yo”. Se reía a mandíbula batiente, buscaba el apoyo del resto de la chiquillería. Algunos le reían estruendosamente la gracia, otros no tanto. Heroica forma de ganarte la vida, chaval. El aprendiz tenía un jefe, por supuesto.
Conozco bien al pelma del cabello blanco. No volvió a ese taller, buscamos otro. La avería no era grave aún, en aquel momento, pero lo arreglaron. El hombre no oyó más ruidos, ni le pareció que el coche se calentaba en exceso; finalizó su inquietud. ¿Un pesado con el coche? Tal vez. Es un hombre al que le gusta que todo en el coche esté perfecto. Cierto, a mi padre le saca de quicio cualquier ruidito. Nos obligaba a ponernos el cinturón de seguridad nada más entrábamos, pero es que hoy aún lo hace. Coloca sillas homologadas para llevar a los nietos, revisa que estén bien ancladas, que los niños vayan sujetos antes de cada pequeño viaje o para traerles del colegio. No monta a la familia en el coche si no puede conducir con seguridad. No puede. No debe. No puede, su conciencia no se lo permite. Chaval, díselo a tu jefe. No me jacto de nada pero puede que esté más orgullosa que tú.
TODOS LOS TALLERES DEBEN TENER HOJAS DE RECLAMACIONES
Normas de interés:
- Real Decreto 1457/1986 de 10 de enero
- Decreto 2/1995
- Ley 23/2003 de 10 de julio

jueves, 3 de septiembre de 2009

Desempolvando la vieja bolsa de la compra

Mi madre tenía una bolsa de cuadros para ir a la compra, como todas las madres de la época. Cuadros rojos, azules, verdes de auténtico plástico puro y asas metálicos con refuerzos de pasta -o sea, plástico también-, todo ideado para aguantar kilos de carne, patatas, frutas, pescado y una sandía. Teníamos también una bolsa de red para llevar las botellas vacías (“cascos” los llamábamos) a la bodega. Nos descontaban el valor de los cascos si comprábamos más botellas o nos daban ese valor en calderilla. Antes también se reciclaba o, mejor, se reutilizaba. Hoy se nos exhorta para que reciclemos o reutilicemos por concienciación, gratuitamente y para proteger el medio ambiente. En el pasado la concienciación era la escasez económica. Lo que nos ahorrábamos con la devolución de los cascos era muy importante, supongo, porque como te olvidaras de llevarlos te ganabas un bofetón o una bronca monumental. También teníamos capachos, bueno, sólo uno, si se rompía compraban otro; nunca dos al mismo tiempo. Algunas señoras lo llevaban a la compra, mi madre lo dejaba para ir a la playa o al campo, a la compra lo llevaba cuando se rompía la bolsa de cuadros. Por cierto, la bolsa de cuadros no se tiraba cuando se rompía, sino que se llevaba al zapatero remendón para que cosiera las costuras reventadas por el peso, o para que colocara nuevos asas aunque fuesen de “material” -plástico que imita al cuero-, que con el paso del tiempo se cuarteaba y hacía daño en las manos.
Alguna bolsa de tela y alguna de rafia estaban escondidas o colgadas detrás de la puerta de la cocina. Casi todas las vecinas las ubicaban en ese lugar. Para salir a la compra cogían su bolsa, la doblaban y se la colocaban poco más abajo del sobaco junto a aquel monedero que al abrirse con dos dedos, el pulgar y el índice, hacía “clic”. Salían airosas. Y es que las madres de clase obrera tenían garbo para abrir y cerrar el dichoso monedero. Si al cerrar hacía “tac” rotundamente, ya sabías que no podías pedir ni para un chicle de fresa ácida. “Ni ácida, ni clorofila, ni leches; harta me tenéis”. Así decían las madres a sus hijos, aunque mirándose entre ellas, mientras guardaban turno en los puestos del mercado. Menos mal que teníamos la calle para jugar gratis todo el santo día.
Aquel cuidado de la bolsa de la compra estaba basado -como la devolución de los cascos- en la obligatoria concienciación por el ahorro, por denominarlo de algún modo. Ahora es la concienciación por el medio ambiente la que nos lleva a echar los cascos al contenedor de vidrio. Se llama reciclar, que no es lo mismo que reutilizar. Tampoco te dan dinero por ello. Va a ser también la concienciación ecológica la que nos lleve a desempolvar la vieja bolsa de cuadros, pues dentro de poco tiempo no darán bolsas de plástico “gratuitamente” en los hipermercados. Se va a apelar a la concienciación medioambiental, pero como se sabe que es más efectiva la obligada concienciación por el ahorro las bolsas de plástico se seguirán haciendo, sólo que a partir de ahora se cobrarán. “¿Te callas o te doy un sopapo? ¿Qué prefieres? Ni se te ocurra contestar. Tira pa’ casa”.
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viernes, 7 de agosto de 2009

EN LOS BASURALES. (20) La ayuda internacional y la ONG autóctona

Los servicios sociales que llegan a los basurales dependen de la ayuda internacional. La presencia de la administración del país es mínima. Existe una agencia de la municipalidad del distrito, pero en su pequeña sede sólo se hacen trámites burocráticos, poco más. La ayuda internacional procedente de fundaciones, empresas, ONGs y administraciones europeas y norteamericanas se canaliza a través de ONGs autóctonas, las cuales no están gestionadas por personas de los basurales sino por trabajadores de las clases medias de la gran capital. Estas ONGs tampoco suelen tener locales en los asentamientos humanos –utilizan casas de particulares, aulas de los colegios-; sus oficinas se ubican en partes más céntricas. En la zona, con miembros procedentes de los asentamientos humanos, apenas hay asociaciones: algunos grupos deportivos, una asociación juvenil sin actividad, una emisora de radio.
Las ONGs autóctonas atienden diversos asuntos, a saber: alimentación, microcréditos, educación, desarrollo cultural, formación de adultos. Si una ONG autóctona consigue bastante financiación internacional puede diversificar su campo de actuación. Así, existe una ONG autóctona que se ocupa de la erradicación del trabajo infantil, de las mujeres, de los jóvenes, de alternativas de empleo y ecológicas. Todo esto suena muy bien, pero hay que tener en cuenta que la ayuda internacional va a los basurales ya bastante mermada, pues una cosa es lo que contemplan los proyectos y otra lo que se hace sobre el terreno. En esto influye considerablemente la gestión y el reparto del dinero.
Esta ONG autóctona tiene una estructura jerárquica de hecho, a pesar de que se considera una organización democrática abierta. Parece ser que el cargo de presidente o director puede elegirse, cambiarse, pero si el jerarca sabe buscar el dinero es posible que se mantenga durante muchos años en el puesto. En esta ONG autóctona bastantes sueldos depende de la ayuda internacional: el del jerarca, el de los socios contratados y el de los trabajadores (asistentes sociales, psicólogos, educadores, abogados, conserjes, etc.) De esa ayuda internacional también dependen en gran medida las oficinas situadas en lugares céntricos de la ciudad y otros recursos (camioneta, ordenadores). Por tanto, la ayuda internacional se divide entre la parte que queda en esta ONG autóctona y la que llega a los basurales, o lo que es lo mismo: el dinero que en forma de sueldos y lugar de trabajo va para las clases medias de la ciudad, y el dinero que en forma de programas o servicios sociales llega a los extremadamente pobres que habitan en los asentamientos humanos de la periferia. Mediante esta fórmula, la ayuda exterior contribuye al mantenimiento de la clase media tanto o más que a la eliminación de la pobreza.
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viernes, 24 de julio de 2009

EN LOS BASURALES. (19) Violación, destino de niña pobre

Los pobladores del cono norte viven en permanente alerta porque los delitos contra la propiedad y la seguridad personal son muchos y constantes. El pillaje y la rapiña son diarios. El tráfico de drogas y el de armas no causan sorpresa. Las persecuciones policiales tras los pocos coches que hay por las calles del valle, entre basura y corralones, producen expectación al instante, pero pronto cesa pues es lo de siempre. Al hablar de la laguna próxima a la chacra, los niños evocan historias de miedo, como que apareció un hombre apuñalado en el agua. Arriba, en los cerros, una mujer va escondiéndose de casa en casa. Los trabajadores de la ONG quieren hablar con ella para inscribir a sus hijos en el proyecto, pero no la encuentran. Su hermana dice que el marido acaba de salir de la cárcel, tras cumplir condena por asesinato, y que ha amenazado con matar a su propia esposa, por eso ella se esconde. Los crímenes, los delitos no sorprenden a nadie. Se aprende a vivir con ellos o a considerar culpable, por no ser suficientemente precavido, al que los padece. La vigilancia policial es prácticamente inexistente en la zona. Los agentes sólo aparecen en las persecuciones, cobijados en sus coches.
La violencia es cotidiana y se vive con resignación. Así es como se habla de las violaciones de niñas, como si de un destino fatal se tratase. Desde la propia ONG señalan que a partir de los ocho o nueve años una niña pobre puede ser violada. Como si fuera una costumbre o algo que inevitablemente va a suceder. Cuanto más desprotegida o desamparada esté la niña, más posibilidades hay de que la violación se produzca. Niñas que viven sólo con la madre, la cual se ausenta durante mucho tiempo; niñas que van solas a todas partes; niñas con algún retraso mental o alguna dificultad física. Ahí no acaba lo repugnante: las violaciones pueden ser rentables. La denuncia significa dinero tanto si sigue su curso como si no. Si la denuncia sigue su curso se castigará al culpable y quizá se consiga algo de dinero. Pero también puede ocurrir que el violador ofrezca dinero a la familia de la víctima para que retire la denuncia. En este caso el dinero llegará con más seguridad y rapidez, el violador quedará libre, su delito impune. Cuando la pobreza es tanta, la oferta del violador se acepta. La miseria luce esplendorosa su rostro nauseabundo, la muy miserable.
Aquella mañana de sábado el viento movía los débiles cristales de las aulas, la corriente penetraba por las ventanas rotas. Los pocos niños que asistieron a las actividades recreativas en el colegio amurallado vinculaban aquel viento frío a los amagos de terremoto: “Tengo miedo al temblor”. Eran tan pocos niños que podían repetir su ración de cuáquer caliente y panecillo varias veces. Resulta muy extraño porque a la hora del refrigerio la cantidad de niños se suele duplicar, especialmente los sábados. Los pocos niños venían acompañados de sus hermanos mayores, tías o madres. Se comenta sobre los pocos niños presentes. “Quizá los niños no han venido porque el tiempo es muy desapacible”. Para las acompañantes existe otra explicación. Hay pocos niños en el colegio y en las calles porque no les dejan salir; las noticias de radio y televisión han relatado varios crímenes y violaciones de niños, alguna cerca de la zona. Andan nerviosas y muy pendientes de los chiquillos. El cielo sigue gris muy oscuro. Temblor de miedo.
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jueves, 16 de julio de 2009

EN LOS BASURALES. (18) Niños desolados

En los asentamientos humanos hay niños muy educados, mal educados, pícaros, traviesos, pedigüeños, tímidos y desolados. Existen niños muy bien cuidados por sus familias porque ser pobre no va necesariamente asociado a niños maltratados, ni abandonados ni desprotegidos; sus padres están muy atentos a su salud, educación y honradez. Pero también hay niños pícaros: los que te dicen “ayer te presté tres monedas” y ayer no los conocías; los que venden a otros niños más pequeños una lagartija que han cogido en el camino; los que al terminar las actividades recreativas se despiden y tras darse la vuelta asoman de sus bolsillos lapiceros, borradores y bolígrafos de los que se han apropiado por su cuenta. Por supuesto que hay niños que solicitan a la ONG material escolar educadamente y con suma corrección. Pero otras veces es como si la telepatía fuese infalible. Se tiene pensado ofrecer algo y ellos ya lo han tomado sin mediar palabra. Otros niños son pedigüeños hasta la saciedad aunque no sean los más necesitados. También está el niño (o la niña) que se muere de hambre y no dice nada, no pide ni para mantenerse en pie. Después de verle toda la jornada te enteras -pero no de su boca- de que lleva dos días sin comer. Aguantará y aguantará hasta que llegue la ocasión. Se pone a la cola, como todos los demás, para recibir su vaso de cuáquer y un panecillo. Si hay de sobra, sosegadamente volverá a la cola para repetir. Éste no pedirá para más tarde, ni para mañana, ni para sus hermanos o su madre; otros niños sí lo hacen lo necesiten o no. Los desolados ya tienen el rasgo del tímido, pero su retraimiento ante el entorno, la comunidad y el futuro es aún mayor.
Los niños desolados se relacionan con un par de amiguitos y con sus hermanos. Estos últimos son fundamentales. A veces, el grupo de hermanos es un grupo de desolados. Ellos son la base de unión familiar y de relación con el mundo. Los hermanos desolados se cuidan unos a otros. Si la hermana mayor (o no tan mayor) cae enferma o tiene un accidente laboral (frecuentes los cortes en pies y manos con vidrios y latas), ella no irá al colegio y los hermanos pequeños tampoco porque no tienen quien les lleve; además, se quedarán para cuidarla o para trabajar.
Cuando a los niños de los asentamientos humanos se les pregunta “¿qué quieres ser de mayor?”, responden como casi todos los niños del mundo: “futbolista”. Las niñas dicen actriz, cantante, bailarina. Otros, los menos, prefieren ser doctores, maestros o cosas por el estilo. Los niños desolados no dicen nada, absolutamente nada. La repuesta es el silencio. El silencio es sufrimiento y angustia. El silencio invade el valle y se hace dolor en las gargantas. Es insoportable. La inocente y rutinaria pregunta que se hace a los niños sin ton ni son se vuelve absurda y estúpida. Maldita la hora en que se pronunció. Niños heridos en combate de una guerra sin guerra. Niños sin futuro que caminan sobre montañas de basura sin decir nada, sin esperar nada. Desamparados y solos, únicamente el calor de los que corren su misma suerte: los hermanos.
Los trabajadores de la ONG se encontraron con un grupito de hermanos desolados, les ofrecieron una bolsa de panecillos y unos juguetes que no correspondían a su edad (eran para cuatro años). Al transcurrir los días los niños iban siendo menos retraídos, un poco más parlanchines. El pequeño (siete años aunque parece de cinco porque crece lentamente) halló en la basura una página de una revista con publicidad de un coche. “Tengo tres carros como éste”. No tiene ni uno, ni siquiera de juguete. Era un brillante descapotable rojo. Con sus hermanos y otros niños juega a meterse en un bidón oxidado y vacío. El crío vende lo que recoge para comprarse cualquier comestible en un puesto callejero rodeado de moscas.
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miércoles, 15 de julio de 2009

EN LOS BASURALES. (17) Niña con la cabeza partida a escobazos

El maltrato infantil existe como en cualquier otra parte, pero en los asentamientos humanos son escasos los medios para combatirlo, a pesar de las campañas que de vez en cuando se llevan a cabo. Las maestras piden ayuda tras observar las manos quemadas de los niños o magulladuras en sus piernas y brazos. Si un niño coge una moneda aunque sólo sea para comprarse un chicle, su mano puede ser machacada con una piedra por su propia madre. Las niñas recibirán una paliza si sus hermanos varones menores o mayores se lastiman, se caen o les pasa algo.
Desde que la niña (unos diez años) comenzó a usar sombrero no se lo quita ni de día ni de noche, ni con niebla ni con sol. Bajo el sombrero una gasa, bajo la gasa el color amarillo del desinfectante y una herida. El padre le había partido la cabeza. La niña presenció una discusión entre su padre y un hermano mayor. La niña se enfrentó al padre en defensa del hermano. El padre cogió una escoba y con ella le golpeó la cabeza. La niña cayó al suelo con su cabeza abierta y sangrando a chorros. El padre no sólo no la socorrió sino que, enfurecido, le deseó la muerte. El progenitor abandonó el hogar diciendo que ya no le interesaba esta familia y que tenía otra paralela, otra mujer y otros hijos en otro lugar. La niña fue llevada a la posta médica donde le cosieron su cuero cabelludo. Diariamente utiliza un sombrero para resguardar la herida de la suciedad, el polvo y la contaminación y, de paso, esconder la herida; o quizá es al revés, lo primero es esconder la herida, luego protegerla de tanta porquería.
Nadie lo denunció: ni la madre, ni los trabajadores de la ONG que las acompañaron a la posta, ni los médicos, ni los vecinos que supieron de ello, ni el hermano mayor, ni la niña. Todos conscientes de lo que es para esconderlo, pero nadie para denunciarlo. Y es que no existen mecanismos especiales para que denuncien los niños, ni tampoco la concienciación de los adultos es suficiente respecto al maltrato infantil. Además, en caso de denunciarlo, es posible que tampoco ocurra nada. Todos dudan de la eficiencia de las autoridades debido al elevado grado de corrupción. En los basurales no hay dinero para “poner en marcha” la acción policial.
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lunes, 13 de julio de 2009

EN LOS BASURALES. (16) Niñas lavando desechos de hospital


Los trabajadores de la ONG avanzan sobre los muros derrumbados y los residuos sólidos esparcidos por todas partes: un CD, botellas, radiografías, frascos, recipientes de vidrio. Se aproximan a una casa. Cerca de ella un sofá sucio y destrozado, muebles viejos, garrafas de plástico, gallinas. Muchos bultos apilados al fondo. Próximo a la vivienda, pero sin estar adosado a ella, más bien en medio del corral, un porche, un cobertizo: cinco o seis palos sobre los que han puesto una estera para resguardarse del sol. Debajo, bolsas y más bolsas con residuos rodeándolo todo. Dentro, en la sombra del cobertizo, las niñas en asientos muy bajos. Delante de las niñas varios barreños con agua oscura en la que permanecen en remojo jeringuillas, tubos para muestras o análisis de sangre, frascos de suero, envases pequeños para inyecciones. Las niñas están lavando utensilios de hospital. Estos desechos posiblemente no se reciclan, pero sí se venden para volver a utilizar.

Hay cuatro o cinco niñas, difícil concretar cuántas porque van y vienen. También corretean por allí unos primos recién llegados de la selva. La niña adolescente, o al menos bastante alta, es más estable, permanece todo el tiempo en su asiento. Está lavando los utensilios, silenciosa, sin levantar la mirada de su tarea. Las otras niñas explican lo que hacen. Los objetos, primero, se lavan en un cubo que contiene lejía y, después, se pasan a los otros baldes para aclararlos. El agua está igual de inmunda. Ante la llegada de los trabajadores de la ONG, aparecen los adultos. Conversan, indican los parentescos de los niños, son todos familiares. Los adultos no comentan lo que se ve. La adolescente sigue callada, pero las niñas vivarachas llevan a los trabajadores de la ONG tras unos bultos para que vean cómo en unos cubos o sobre plásticos los utensilios se secan. Los extraños, impactados, se despiden.

Al día siguiente los trabajadores de la ONG llevan una cámara, quieren grabar, quizá para tener un testimonio gráfico, quizá por puro sensacionalismo. Nuevamente atraviesan el muro desplomado sobre la tierra, los residuos (botellas, radiografías, frascos y recipientes esparcidos) y llegan al porche. Se ve lo mismo de ayer: las niñas sobre los barreños limpiando material clínico. Hoy tienen una aguja de hacer ganchillo en cuyo extremo, en el del gancho, han colocado una bolita de algodón. La niña alta sumerge sus manos desnudas en el agua sucia, saca un tubo de ensayo, frota una y otra vez el interior con la bolita de algodón enganchada a la aguja, lo coloca en el agua supuestamente clara del otro balde. Los trabajadores de la ONG saludan, las niñas responden. Este segundo día aparece un adulto joven, fuerte, suspicaz, desconfiado; su saludo deja tensión en el aire. Está vigilante de todo. Hoy silenciosas, las niñas que ayer eran dicharacheras. El temor crece. El mandamás sabe que los extraños saben. Todos están obligados a hacer como que no se ve lo que se está viendo. Los trabajadores de la ONG se olvidan intencionadamente de la cámara, no grabarán; hay que hablar de otra cosa. Explican que hacen actividades recreativas con los niños, les invitan a participar en el proyecto. El temor se va moderando. Convocan a los niños para las actividades de la tarde, queda dicho: a tal hora en tal sitio, adiós.

La adolescente llega rodeada de las otras niñas y más críos; porta un bebé en los brazos, hijo de algún pariente que lo ha dejado a su cargo. Se ha puesto una blusa estampada de flores, lleva unas sandalias de tacón ancho pero alto, de dos o tres números más grandes, el pie resbala, se sale por delante. Se va acercando torpemente debido al calzado y al peso del bebé. Sopla el viento, le despeina su cabello largo recogido en la coleta; la tez morena, quemada. Llegan y saludan. Las niñas pequeñas pronto se integran. La adolescente, parca en palabras, esboza una sonrisa. Da el biberón al bebé mientras ve pasar las manos de otros niños con los rotuladores, las pinturas, las cartulinas, juegos y risas. No se relaciona, sólo con los que la acompañan. Parece más tranquila, sosegada, la mirada perdida a lo lejos vuelve, reposa sobre el bebé en sus brazos y de ahí al suelo. Escucha a los que la saludan, responde con monosílabos, la sonrisa tímida, su mirada triste, la cabeza gacha.

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sábado, 11 de julio de 2009

EN LOS BASURALES. (15) La timidez de los recicladores infantiles.


El trabajo infantil en la segregación y el reciclaje de basura se da de formas variadas, dependiendo de las circunstancias familiares. Así, los niños pueden trabajar en los corralones de su propia familia aprendiendo el oficio en el hogar desde muy pequeños. Los niños, niñas y adolescentes también van a trabajar a los grandes corralones donde son contratadas sus madres, abuelas, tías. El resto, los que no encuentran empleo ni siquiera en los corralones, recolectan los residuos en solitario o acompañados de sus hermanos y madres en diferentes lugares: por las calles de la ciudad, por los escondrijos de los basurales, entre los muros caídos. Algunos chiquillos más osados los extraen de los vertederos, lo cual está prohibido. Después los recolectores venden los desechos que han reunido a los propietarios de los depósitos.

En las mañanas de verano es como si los niños y niñas de los asentamientos humanos hubiesen desaparecido. Trabajan más debido a las vacaciones estivales. A veces hacen algún descanso o les envían a algún recado, entonces se les ve por las calles muy sucios –la cara, los brazos, las manos- y sus ropas son verdaderos harapos –parecen de otro tiempo o venidos de una gran catástrofe. Esto les produce gran timidez y cuando divisan a los conocidos, se esconden o se limitan a saludar de lejos. Son las ropas viejas, destrozadas, andrajosas que se ponen para trabajar y de este modo preservar otras prendas mejores. Estas últimas son las que visten a la tarde, cuando ya se han lavado y salen a la calle mostrándose mucho más simpáticos, afables y risueños.

Los niños y niñas de los corralones familiares comienzan segregando residuos desde pequeños (cinco, seis años), cuando son algo más mayores (nueve o diez) van aprendiendo a limpiar los materiales. Además de separar plásticos, vidrios, cartones y metales, ya se dedican, por ejemplo, a pelar botellas, arrimándolas a la candela para que se ablanden las etiquetas. Los niños padecen los duros inconvenientes de su trabajo. Los más pequeños manifiestan que lo peor de trabajar es que les duelen los pies y acaban cansados. A los niños mayores lo que más les molesta son los gritos, que les regañen. Para todos, lo mejor de trabajar es que "dan plata".

Los niños que recolectan por las calles aprecian todo tipo de materiales, pero buscan "fierros" y otros metales –cobre, plomo- porque saben que es lo que mejor se paga. Conocen, tan sólo a medias, que hay riesgos de todo tipo: accidentes laborales, enfermedades y violencia. Entrar en el gran vertedero para conseguir materiales es complicado, hay guardianes. A los críos les turba la simple visión del contorno del vertedero en el horizonte. Cuentan historias sobre el gran botadero, creen haber oído disparos al aire.

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jueves, 9 de julio de 2009

EN LOS BASURALES. (14) Trabajo infantil por tradición y por hambre


Los niños y niñas de los asentamientos humanos van al colegio, pero no todos ni con regularidad. El absentismo escolar se produce por causas diversas: enfermedades y accidentes de los que no se acaban de curar por la carestía de la asistencia sanitaria, desatención por parte de los padres o tutores (abuelos, tíos, hermanos adultos) y, también, porque los niños se ponen a trabajar. Hay niños que ya no estudian y se dedican exclusivamente a trabajar; otros compaginan ambas cosas, por ejemplo reciclando sólo en ratos libres o en las vacaciones de verano. Algunos niños han dejado de reciclar porque los padres se han convencido de que es un trabajo peligroso, aún así no hay suficiente concienciación sobre el trabajo infantil en general. Son muchos los niños que siguen reciclando, los que trabajan en otros empleos que se consideran menos nocivos y los que realizan tareas que no se aprecian como trabajo pero que, en cualquier caso, son actividades y responsabilidades que corresponden a los adultos. Cuidan y cargan con sus hermanos o sobrinos menores durante toda la jornada laboral de sus progenitores; se ocupan de las labores domésticas (cocinar, fregar, lavar la ropa); trabajan en empleos diferentes al reciclaje: hacen bisutería, venden comidas, lo que surja.

Los motivos por los que los niños trabajan son fundamentalmente dos: la tradición cultural y la necesidad perentoria de subsistir. En los asentamientos humanos sigue muy arraigada la vieja idea de que los niños deben trabajar, ganarse el sustento y ayudar a la economía familiar. Esto puede dar lugar a que los niños combinen colegio y trabajo, también a que sus padres o tutores decidan que es más importante trabajar que estudiar. Otros niños, desde edades muy tempranas –siete, ocho años- y adolescentes trabajan por pura necesidad. Acuden a los corralones o juntan residuos por las calles para obtener unas monedas con las que comprarse algo para alimentarse cada día.

Las ONGs y algunas instituciones tratan de contrarrestar la cultura del trabajo infantil concienciando sobre los derechos de los niños a la educación y a la recreación. Se pagan matrículas y se propicia que los niños asistan diariamente al colegio. Los comedores sociales procuran alimento para las familias más pobres. Pero todo es insuficiente cuando la pobreza es extrema y las familias están descompuestas: padres que desaparecen, madres enfermas o con muchos hijos, niños que se encargan de sus hermanos, abuelas ancianas que hacen de madres. En estas condiciones bastantes niños quedan desamparados y han de buscarse la manera de sobrevivir por sí mismos, incluso de alimentar a los suyos. Por tanto, el trabajo infantil no es un simple asunto de concienciación; en los basurales el absentismo escolar, el deambular de los niños por las calles buscando y recolectando residuos para luego vender es también consecuencia del hambre. No debiera ser necesario decir que el trabajo infantil es siempre un problema de explotación.

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miércoles, 8 de julio de 2009

EN LOS BASURALES. (13) Papel higiénico usado


Los recicladores recuperan residuos sólidos orgánicos e inorgánicos. Los primeros van destinados principalmente a la alimentación de cerdos. Entre los segundos los más comunes son: plásticos (botellas, envases, bolsas), vidrios (recipientes, botellas), papeles, cartones, metales diversos y chatarra (hierro, cobre, latas), baterías de coche, suelas de zapatilla. A veces hay cosas sorprendentes como el material de hospital. Pero aún hay cosas más insólitas: el papel higiénico usado. Las personas de fuera se quedan boquiabiertas –en semejante situación es sólo en sentido figurado- y se preguntan: ¿Pero eso se recicla? ¿Para qué se recicla? Nadie lo explica, pero lo cierto es que se acopia.

En la gran capital el papel higiénico no se desecha por el inodoro, quizá debido a los atascos, deficiencias en los desagües u otros motivos. Así que el papel higiénico ya usado se deposita en cubos cuyo interior está forrado con una bolsa, la cual, cuando está llena, se retira y va a parar a los camiones de basura.

Una mañana olía peor de lo acostumbrado en el valle. Una montaña de una masa grisácea apareció entre las casas y las chancherías. Su pestilencia era insoportable. Se hacía difícil hasta la respiración. Era papel higiénico usado. A uno de los vecinos le habían pagado por tener aquella inmundicia delante de casa. Los meses que estuvo, pasó a formar parte del paisaje y el aire de todos los que vivían y pasaban por allí. La mierda de los habitantes de la gran ciudad, mobiliario urbano de los más pobres, de los que aún se apañan con letrinas. En medio de tanta porquería, la mierda-mierda repugna enormemente a los forasteros, pero no tanto a los que viven allí. Una vez fue retirada, las vistas tampoco mejoraron demasiado. Desapareció la montaña gris, pero quedó su rastro: tierra maloliente, seca, del color del plomo.

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lunes, 6 de julio de 2009

EN LOS BASURALES. (12) Ratones, sarna, miseria


En el conjunto de los asentamientos humanos del cono norte es perceptible la pobreza, el humo, la suciedad, el hedor, pero en el valle de los corralones todo eso se agrava enormemente. El impacto sobre el aire, la tierra y el paisaje lo convierte en un escenario asfixiante, desolador si se considera que familias enteras hacen allí su vida cotidiana.

La frontera entre los corralones y la calle no siempre está clara pues los hay amurallados, a medio amurallar y derruidos por completo. De todos modos los residuos están dentro y fuera de ellos, en cualquier parte. Hay bolsas de basura abiertas y cerradas en la calle, escondida entre cerros, claramente visible en las explanadas, pegada a los muros de las chabolas. Montones de lo que parecen escombros, pero que también podrían ser cosas útiles. Regueros de cualquier líquido que han dejado marcada la tierra con su rastro y su pestilencia. Moscas e insectos que van saltando conforme el caminante avanza, como abriéndole paso. Ratones vivos y muertos sobre los que se pisa sin apenas darse cuenta. Terreno oscuro, inundado de latas de conserva a las que ya han quitado las etiquetas, sobre el que se asientan los chamizos más ruines.

La falta de higiene y la pobreza provocan el aumento de los parásitos y su persistencia. Los perros tienen pulgas, garrapatas, en algunas partes de su cuerpo les falta el pelo quedando a la vista la carne viva, rosada, es el efecto de la sarna, de la cual algunos niños también se contagian. Abundan los piojos y las liendres que las madres quitan con las manos. No se usan repelentes ni productos farmacéuticos para eliminarlos, si acaso se recurre a la gasolina, que se echa sobre la cabeza, resbala por la melena y abrasa la piel de la espalda de las niñas.

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domingo, 5 de julio de 2009

EN LOS BASURALES. (11) Manos desnudas revolviendo residuos


La segregación y acondicionamiento de los materiales para reciclar se realiza en las viviendas familiares con corral y en los grandes corralones, donde las bolsas de basura se amontonan cubriendo casi todo el suelo y subiendo por las paredes. En las viviendas con su pequeño o mediano corral, en el que se crían animales para el autoconsumo y se deposita la basura para segregar, suele trabajar la familia, entendida en sentido amplio. En los grandes corralones, además de la familia, acuden otros vecinos a separar, limpiar y preparar los residuos. Pero, tanto en las viviendas familiares con corral como en los grandes corralones, todo el trabajo se realiza a mano, abriendo bolsas, revolviendo la basura. No hay maquinaria específica (grúas, cintas transportadoras), tan sólo los camiones que llegan cargados de desechos.

Los adultos y niños realizan el trabajo sin medidas de seguridad laboral; ni les proporcionan ni tienen guantes, uniformes, mascarillas, calzado adecuado. Las manos están negras en los primeros minutos de la jornada. No se puede estrechar la mano del visitante, aunque los trabajadores son afables y para el saludo ofrecen el antebrazo.

Los recicladores, al carecer de medidas de prevención mientras realizan su faena, quedan expuestos a accidentes y enfermedades laborales: cortes, infecciones, parásitos, mordeduras de roedores; hasta hepatitis y otras enfermedades contagiosas (algunos desechos proceden de hospitales). La cercanía -en bastantes casos la coincidencia- del lugar de trabajo y la casa supone para las familias vivir rodeados constantemente de olores pestilentes, falta de higiene y peligros para la salud.

En algunos corralones además de basura hay pequeñas empresas de transformación. De vez en cuando un sobresalto, por ejemplo una explosión. Posiblemente hay trabajadores heridos. Coches de policía y mucho trasiego. El gas se eleva, se extiende por el valle y se produce la alarma. Es un gas que irrita los ojos y la piel. "Váyanse, es peligroso", recomiendan a los forasteros.

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jueves, 2 de julio de 2009

EN LOS BASURALES. (10) Bodeguitas y puestos de comida


Los asentamientos constituyen un potencial mercado. Varios factores contribuyen a ello: su carácter de pueblos jóvenes, en los que se carece de servicios y comercios; su numerosa población –multitud de familias que han ido y siguen yendo a ganarse la vida y a residir-; su emplazamiento, alejados y separados del resto de la ciudad. Los negocios pueden ser prósperos si evitan a los pobladores desplazarse al centro para comprar, es decir, si los abastecen, al menos, con lo básico: agua, comida, medicamentos, ropa. Estos son los motivos por los que florecen por doquier los pequeños y pequeñísimos comercios, muchos de ellos dependientes de los microcréditos.

Las bodegas son tiendas de comestibles no perecederos o de fácil conservación: arroz, pan, galletas, pasta, leche envasada, frutas. A nada que la tienda es un poco más grande puede haber chanclas, algo de ropa y pequeños utensilios. Las bodegas son ya por sí mismas tiendas medianas o pequeñas, pero aún las hay más pequeñas como son la mayoría en los asentamientos. Las bodeguitas suelen ubicarse en la primera estancia de la casa o en cuartos a pie de calle. Generalmente son establecimientos muy oscuros, en los que no se enciende la luz por el día aunque se carezca de ventanas. Pueden constar de lo mínimo: un mostrador y una estantería. Suelen tener frigorífico –oculto a la vista del cliente- donde guardan el agua, los refrescos y las cervezas. En alguna bodeguita puede haber un banco o unas sillas para que los clientes descansen y tomen su refrigerio. Algunas tienen puertas con barrotes, es común que a través de ellos se vendan las mercancías por miedo a los atracos.

Hay restaurantes y puestos de comidas; es necesario distinguirlos porque no son exactamente lo mismo. Los primeros son excepcionales, o sea dos o tres restaurantes espaciosos –pero sin lujos-, con cocina y mostrador, aseos y grifos vinculados a algún depósito de agua. El resto son puestos o diminutos locales donde se elaboran y sirven menús. Bastantes mujeres se han decidido a ponerlos con lo más elemental: una parrilla o una cocina con su bombona de gas, las ollas y un par de mesas. Al atardecer aumentan las casas donde se venden comidas, en verano se hace hasta en la calle. Un pariente cercano de los puestos de comida es la venta ambulante. En muchas viviendas preparan platos, helados (marcianos y chupetes), gelatinas, chocolates que se venden en la misma casa o yendo con carretas por los lugares más concurridos: donde hay niños (recreos), a las puertas de los corralones donde hay recicladores que necesitan comer en los descansos.

Otros comercios diseminados por la zona, pero en menor medida, son las boticas cuya mercancía es tan propia de las farmacias como de las droguerías. Hay, aunque escasos, locales de papelería donde también se hacen fotocopias. Incluso alguien se ha atrevido a poner un establecimiento con cabinas para usar internet.

Algunos de los comercios se vuelven prósperos debido a la gran demanda; se obtiene dinero para devolver el microcrédito y se solicita otro para ampliar el negocio. Hay oportunidades, aunque puede ocurrir que las previsiones no se cumplan; además, emprender negocios dentro de tanta penuria significa asumir un riesgo que puede producir mucho dolor. Un día el futuro se oscurece porque se resquebraja el juego de los microcréditos y las ilusiones aparejadas. La cerda en vez de tener una camada numerosa, tiene sólo dos crías escuálidas, que hasta podrían perecer. En cualquier caso, de su venta no se obtendrá lo suficiente para hacer frente a los microcréditos. No habrá dinero para volver a invertir en unas ollas, unas mesas, lo justito para un puesto de comidas. Se rompe el cántaro como en el cuento de La lechera, sólo que en los basurales la decepción lleva al alcohol y a la hoja de coca. Ese día no se ve ni a los hijos, perdido todo, la esperanza y la cabeza, llorando borrachos, verde la boca.

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miércoles, 1 de julio de 2009

EN LOS BASURALES. (9) El "chancho" y el "loro"


Los asentamientos forman un conjunto aislado, desgajado del resto del distrito al que pertenecen. Su principal vínculo con el exterior es la "pista", la única carretera asfaltada con un carril de ida y otro de vuelta, sin línea continua ni discontinua, ni la del arcén. Por ella transitan el "chancho" y el "loro" que van y vienen del centro de la ciudad. El "chancho" tiene un largo recorrido por el distrito, el "loro" llega por la gran autopista del norte. Ambos coinciden en esta última y tienen parada en el "óvalo", que viene a ser –aunque no lo es- como un intercambiador de transportes. Allí se desvían hacia la derecha camino de los cerros. A la altura del mercado al aire libre la carretera se bifurca, derecha e izquierda, pero los trayectos de los vehículos –incluidos los autobuses- siguen de frente por caminos de arena, todos polvorientos, algunos escabrosos.

El "chancho" y el "loro" son autobuses antiguos, pero de los más grandes que van por allí. El "chancho", que por fuera es de rayas azules, debe su apodo a su morro muy pronunciado que lo asemeja a un cerdo (chancho). Al "loro" lo llaman así por sus colores, ya que es blanco con rayas verdes y amarillas. El "chancho" suele ser más espacioso que el "loro". En ambos los asientos encima de las ruedas son muy incómodos, de los que hay que sentarse con las rodillas a al mismo nivel que los hombros. Algunos "loros" tienen más asientos de los marcados por su inicial diseño (hasta de diferentes formas y materiales), de modo que queda muy poco espacio entre el asiento y el respaldo delantero; los pasajeros han de sentarse con las piernas inclinadas hacia los lados. Suben y bajan cargados de gente, a la cual no se puede ver si en el interior también viaja una nube de polvo (o de lo que sea).

La "pista" soporta todo tipo de tráfico: los camiones de basura, sobre la que van dos o tres personas colocándola constantemente, los camiones de ladrillos, los coches, las combis, los taxicholos y los peatones. La combi es una furgoneta con asientos para pasajeros. Su cobrador abre la puerta en las paradas y –mitad dentro, mitad fuera- vocea precio y destino. Los taxicholos constan de una moto, en la que va el conductor-cobrador, y un carruaje, en el que van los pasajeros. La carrocería es de plástico y, en el interior, suelo de metal con dos o cuatro asientos. Por la "pista" y los cerros puede llevar ocho, diez personas, pues el conductor no pierde la oportunidad de ganar más dinero por un solo viaje; los pasajeros asumen el riesgo de reventón antes de esperar a que pase otro. Circulan viejas bicicletas, de ruedas tan altas como las criaturas que se montan. La cruzan cotidianamente en sus juegos, para asistir al colegio, para ir a reciclar. Por ella mujeres y niños empujan carretillas con mercancías para vender. Caminantes, la silla del paralítico, la anciana con la leña a la espalda, los perros.

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lunes, 29 de junio de 2009

EN LOS BASURALES. (8) La posta, el comedor y otros

En los primeros asentamientos está la posta médica, la única que hay para todos estos pueblos jóvenes. (Para llegar al hospital más cercano hay que coger el autobús y salir de la zona). Esta posta tiene varias consultas para distintas especialidades, la enfermería y los aseos, pero da la sensación de que no está terminada del todo, pues a algunas salas se puede entrar por el tejado. A esta precariedad hay que añadir otra: los pacientes han de acudir con los artículos para curas ya comprados, esto puede incluir hasta los guantes del personal sanitario.
Más adelante, a medio camino entre los primeros asentamientos y los últimos, hay una agencia municipal, es decir, una sucursal de la administración del distrito. Se trata de un pequeño caseto con un par de estancias donde los vecinos pueden tramitar algunos asuntos. Está situada junto al mercado al aire libre, unos de los grandes campos de fútbol y unos aseos públicos – con separación para damas y caballeros-, para cuyo uso hay que pagar a la señora que guarda la llave. Forman un conjunto de bastante tránsito de personas y vehículos.
Hacia los últimos asentamientos, en uno de los más poblados se halla una gran iglesia católica. Hay más confesiones repartidas a lo largo de la zona. Ocupan pequeños locales. Es habitual que lancen sus doctrinas mediante altavoces para toda la comunidad, lo cual causa grandes molestias a los residentes de las casas más próximas.
Hay comedores sociales repartidos a lo largo de los asentamientos. Unos están equipados con mesas y sillas para comer allí mismo. En otros, las familias deben llevar la olla temprano para después retirarla con el menú para el almuerzo.
Diversas ONGs nacionales e internacionales ofrecen su ayuda, pero la mayoría no tienen local allí. Para ello utilizan la casa de algún vecino al cual suelen compensar, aunque también puede ser a cambio de muy poco con el riesgo que esto supone: puede ser que la familia se harte o que ofrezca su casa a otro grupo que le dé una gratificación mayor. Existe una asociación juvenil autóctona con una emisora de radio, por su altavoz se oye la música hasta donde el viento lo permite. Este altavoz más el de las iglesias generan contaminación acústica, pero ésta allá, entre humos y gases, pasa desapercibida.
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