sábado, 11 de julio de 2009

EN LOS BASURALES. (15) La timidez de los recicladores infantiles.


El trabajo infantil en la segregación y el reciclaje de basura se da de formas variadas, dependiendo de las circunstancias familiares. Así, los niños pueden trabajar en los corralones de su propia familia aprendiendo el oficio en el hogar desde muy pequeños. Los niños, niñas y adolescentes también van a trabajar a los grandes corralones donde son contratadas sus madres, abuelas, tías. El resto, los que no encuentran empleo ni siquiera en los corralones, recolectan los residuos en solitario o acompañados de sus hermanos y madres en diferentes lugares: por las calles de la ciudad, por los escondrijos de los basurales, entre los muros caídos. Algunos chiquillos más osados los extraen de los vertederos, lo cual está prohibido. Después los recolectores venden los desechos que han reunido a los propietarios de los depósitos.

En las mañanas de verano es como si los niños y niñas de los asentamientos humanos hubiesen desaparecido. Trabajan más debido a las vacaciones estivales. A veces hacen algún descanso o les envían a algún recado, entonces se les ve por las calles muy sucios –la cara, los brazos, las manos- y sus ropas son verdaderos harapos –parecen de otro tiempo o venidos de una gran catástrofe. Esto les produce gran timidez y cuando divisan a los conocidos, se esconden o se limitan a saludar de lejos. Son las ropas viejas, destrozadas, andrajosas que se ponen para trabajar y de este modo preservar otras prendas mejores. Estas últimas son las que visten a la tarde, cuando ya se han lavado y salen a la calle mostrándose mucho más simpáticos, afables y risueños.

Los niños y niñas de los corralones familiares comienzan segregando residuos desde pequeños (cinco, seis años), cuando son algo más mayores (nueve o diez) van aprendiendo a limpiar los materiales. Además de separar plásticos, vidrios, cartones y metales, ya se dedican, por ejemplo, a pelar botellas, arrimándolas a la candela para que se ablanden las etiquetas. Los niños padecen los duros inconvenientes de su trabajo. Los más pequeños manifiestan que lo peor de trabajar es que les duelen los pies y acaban cansados. A los niños mayores lo que más les molesta son los gritos, que les regañen. Para todos, lo mejor de trabajar es que "dan plata".

Los niños que recolectan por las calles aprecian todo tipo de materiales, pero buscan "fierros" y otros metales –cobre, plomo- porque saben que es lo que mejor se paga. Conocen, tan sólo a medias, que hay riesgos de todo tipo: accidentes laborales, enfermedades y violencia. Entrar en el gran vertedero para conseguir materiales es complicado, hay guardianes. A los críos les turba la simple visión del contorno del vertedero en el horizonte. Cuentan historias sobre el gran botadero, creen haber oído disparos al aire.

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