jueves, 2 de julio de 2009
EN LOS BASURALES. (10) Bodeguitas y puestos de comida
Los asentamientos constituyen un potencial mercado. Varios factores contribuyen a ello: su carácter de pueblos jóvenes, en los que se carece de servicios y comercios; su numerosa población –multitud de familias que han ido y siguen yendo a ganarse la vida y a residir-; su emplazamiento, alejados y separados del resto de la ciudad. Los negocios pueden ser prósperos si evitan a los pobladores desplazarse al centro para comprar, es decir, si los abastecen, al menos, con lo básico: agua, comida, medicamentos, ropa. Estos son los motivos por los que florecen por doquier los pequeños y pequeñísimos comercios, muchos de ellos dependientes de los microcréditos.
Las bodegas son tiendas de comestibles no perecederos o de fácil conservación: arroz, pan, galletas, pasta, leche envasada, frutas. A nada que la tienda es un poco más grande puede haber chanclas, algo de ropa y pequeños utensilios. Las bodegas son ya por sí mismas tiendas medianas o pequeñas, pero aún las hay más pequeñas como son la mayoría en los asentamientos. Las bodeguitas suelen ubicarse en la primera estancia de la casa o en cuartos a pie de calle. Generalmente son establecimientos muy oscuros, en los que no se enciende la luz por el día aunque se carezca de ventanas. Pueden constar de lo mínimo: un mostrador y una estantería. Suelen tener frigorífico –oculto a la vista del cliente- donde guardan el agua, los refrescos y las cervezas. En alguna bodeguita puede haber un banco o unas sillas para que los clientes descansen y tomen su refrigerio. Algunas tienen puertas con barrotes, es común que a través de ellos se vendan las mercancías por miedo a los atracos.
Hay restaurantes y puestos de comidas; es necesario distinguirlos porque no son exactamente lo mismo. Los primeros son excepcionales, o sea dos o tres restaurantes espaciosos –pero sin lujos-, con cocina y mostrador, aseos y grifos vinculados a algún depósito de agua. El resto son puestos o diminutos locales donde se elaboran y sirven menús. Bastantes mujeres se han decidido a ponerlos con lo más elemental: una parrilla o una cocina con su bombona de gas, las ollas y un par de mesas. Al atardecer aumentan las casas donde se venden comidas, en verano se hace hasta en la calle. Un pariente cercano de los puestos de comida es la venta ambulante. En muchas viviendas preparan platos, helados (marcianos y chupetes), gelatinas, chocolates que se venden en la misma casa o yendo con carretas por los lugares más concurridos: donde hay niños (recreos), a las puertas de los corralones donde hay recicladores que necesitan comer en los descansos.
Otros comercios diseminados por la zona, pero en menor medida, son las boticas cuya mercancía es tan propia de las farmacias como de las droguerías. Hay, aunque escasos, locales de papelería donde también se hacen fotocopias. Incluso alguien se ha atrevido a poner un establecimiento con cabinas para usar internet.
Algunos de los comercios se vuelven prósperos debido a la gran demanda; se obtiene dinero para devolver el microcrédito y se solicita otro para ampliar el negocio. Hay oportunidades, aunque puede ocurrir que las previsiones no se cumplan; además, emprender negocios dentro de tanta penuria significa asumir un riesgo que puede producir mucho dolor. Un día el futuro se oscurece porque se resquebraja el juego de los microcréditos y las ilusiones aparejadas. La cerda en vez de tener una camada numerosa, tiene sólo dos crías escuálidas, que hasta podrían perecer. En cualquier caso, de su venta no se obtendrá lo suficiente para hacer frente a los microcréditos. No habrá dinero para volver a invertir en unas ollas, unas mesas, lo justito para un puesto de comidas. Se rompe el cántaro como en el cuento de La lechera, sólo que en los basurales la decepción lleva al alcohol y a la hoja de coca. Ese día no se ve ni a los hijos, perdido todo, la esperanza y la cabeza, llorando borrachos, verde la boca.
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