martes, 29 de septiembre de 2009

Personas No, dinero SÍ. Rifirrafe en una caja de Madrid

Antes en la caja se podían pagar los recibos de servicios varios y hacer ingresos en las comunidades de propietarios durante el horario habitual y completo de atención al público. La usuaria, normalmente, iba por la mañana de ocho a dos cualquier día hábil de la semana. Pero hace dos años ese horario ha quedado restringido. En la sucursal de la caja donde la usuaria suele ir han puesto un cartel que reza: “Pago de recibos. Martes y jueves de 9:00 a 10: 30 h. del 10 al 20 de cada mes, en su oficina”. El cartel también indica que si “usted es cliente” de esa caja puede pagar recibos durante las 24 horas del día a través de tres vías: oficina telefónica, internet y cajeros automáticos. El cartel concluye recordando que se gestiona la domiciliación de recibos. La usuaria lo ha leído íntegramente.
Llegado el jueves 20, la usuaria no ha podido hacer el ingreso en la comunidad de propietarios, pero como conoce el letrero cree que puede ir el viernes 21.
USUARIA. -Buenos días, vengo a hacer un ingreso en esta cuenta.
CAJERA. -El pago de recibos es los martes y jueves de nueve a diez y media del 10 al 20 de cada mes.
USUARIA. -No quiero pagar un recibo, quiero hacer un ingreso en la comunidad de propietarios.
CAJERA. -Ya le he dicho que hoy no es.
USUARIA. -En ese cartel sólo pone “pagos de recibos”.
CAJERA. -Es también para ingresos en comunidades de propietarios.
USUARIA. -Pero no lo pone en el cartel, luego esa información está incompleta. Ustedes tienen que informar correctamente para que los usuarios nos podamos orientar.
CAJERA. -Incluye los ingresos en comunidades.
USUARIA. -No figura. Los usuarios no somos adivinos. Si no puedo hacer el ingreso usaré la hoja de reclamaciones e indicaré deficiencias en la información.
El director de la sucursal ha oído la conversación y sale en auxilio de la cajera o para dar más autoridad.
DIRECTOR. -Señora, los pagos de recibos e ingresos en comunidades de propietarios son del 10 al 20 de cada mes.
USUARIA. -Señor, en el cartel sólo pone “pago de recibos”. La información es incompleta. ¿Cómo lo saben los usuarios si no está escrito?
DIRECTOR. -Lo pone en el tablón de anuncios.
El director va al tablón de anuncios, regresa con una hoja y le da la vuelta.
DIRECTOR. -Aquí lo pone.
USUARIA. -Muy bien. Viene escrito en una hoja impresa en letra pequeña por las dos caras. Esto figura en el reverso, que es justamente la cara pegada a la pared y oculta a la vista del público. ¿Usted cree que los usuarios se deberían dedicar a girar las hojas del tablón de anuncios para informarse de todo?
DIRECTOR. -Bueno, lo pone.
USUARIA. -Sí, mirando a la pared. En el cartel deberían constar todos los grupos a los que atañe: pago de recibos, ingresos en comunidades y pago de alquileres. Sigo pensando, pues, que la información es insuficiente, así que quiero hacer el ingreso.
DIRECTOR.-Puede usted pagar cualquier día por banca telefónica, internet o cajeros automáticos.
USUARIA. -Ya lo he leído, pero es para clientes. No hay nadie en la cola, estoy aquí y quiero hacer el ingreso. Voy a poner una reclamación diciendo que la información es muy deficiente.
DIRECTOR. -Pues llame al servicio de atención al cliente.
USUARIA. -No, prefiero hacer la reclamación por escrito.
DIRECTOR. -En el servicio de atención al cliente le atenderán muy bien.
USUARIA. -Ya, pero -por si acaso- las reclamaciones siempre las hago por escrito, me gusta guardarme las copias y que las lean en consumo. Allí tienen otro cartel que dice que tienen hojas de reclamaciones. Las tienen ¿no?
DIRECTOR. -Sí. Excepcionalmente vamos a aceptar el ingreso, pero excepcionalmente.
USUARIA. -En ese caso, excepcionalmente no usaré la hoja de reclamaciones, pero excepcionalmente.
DIRECTOR. -¡Ja, ja, ja! Se ríe el señor director, la usuaria cree que se ríe de ella.
USUARIA. -¡Je! Una mueca, se ríe levemente de la repugnancia que siente por todo.
El director se distancia. La usuaria y la cajera proceden al ingreso.
USARIA. -Adiós. Buenos días.
DIRECTOR. -Adiós.
La usuaria sale de la sucursal. Le sale humo de las orejas y de los talones, parece una locomotora a vapor. Va pensando que se produce una obligada reducción de la presencia personal al tiempo que la imposición de la gestión a través de las vías a distancia. A algunas personas les puede favorecer: a las que trabajan o están muy ocupadas y tienen suficientes recursos para utilizar esas vías. Al resto, ancianos que no saben usar las nuevas tecnologías, desfavorecidos que no disponen de esos artilugios, disidentes de tanta pamplina, les dejan un tiempo muy reducido. La presencia de todos estos sujetos ha de ser la mínima. Molestamos, hacemos colas, llenamos el local con carritos de bebés, bolsas de la compra y abuelos, les rebajamos a su condición de simples cajeros, les hacemos trabajar. ¡Maldito cartel! Es como si tras el cogote nos dijeran:”Sólo queremos vuestro dinero. Como personas no os queremos ni ver por aquí”. A lo mejor se creen que no nos hemos dado cuenta de que la obra social de esta caja de Madrid es pura mercadotecnia que sólo sirve para lavar su mala imagen.
Safe Creative #0909284601876

jueves, 17 de septiembre de 2009

Piojos mutantes

“Y eso que han cambiado a la niña a un colegio de monjas”, decía una abuela, queriendo aminorar la vergüenza que tener piojos supone, mientras en la droguería compraba un producto para eliminarlos. En la farmacia la señora de delante se dirige al farmacéutico: “Paco, dame eso que es tan bueno para los ’pipis’ “. No recuerdo como se llama, algo así como ‘Tiquixitix’, ‘Pluschesix’ o ‘Superflixtix’”. Paco: “Son veinte euros”. La señora me hace saber que cuesta el doble que los otros, pero lo compra para ver si es el definitivo, ya está harta, lleva todo el verano así. “¿Es loción?” Paco: “Es espray”. Los niños de las vecinas, de los parientes, del parque, de la piscina, casi todos tienen piojos este año. Eso no es lo raro pues generación tras generación los críos han tenido piojos; lo extraño es que no hay forma de erradicarlos. Un dineral se gastan las familias en unos productos farmacéuticos que no son más eficaces que el antiguo remedio del vinagre, por supuesto, bastante más barato.
Durante la guerra y la posguerra los piojos y otros parásitos se achacaban a la miseria y a la consecuente falta de higiene. A mediados de los setenta hubo una enorme plaga y, en cierto modo, se seguía atribuyendo la existencia de piojos a las bolsas de pobreza que había en la periferia de las ciudades. Pero, cuando los niños de mi generación tenían piojos, los padecían –generalmente- sólo una vez. Es decir, se usaba un producto (loción) para eliminarlos y otro (champú, colonia) para prevenirlos. Era suficiente. Me aventuro a señalar que la guerra contra los piojos rebeldes comenzó hace unos veinte años. Había noticias, a finales de los ochenta, en las que las madres se quejaban de las dificultades que tenían para quitarlos de las cabezas de sus hijos. Algunas lloraban porque no los habían tenido de niñas y se habían contagiado de adultas. La pobreza y la escasa higiene ya no cabían en el razonamiento de las causas. Por aquel entonces, como la gente no se podía explicar el fenómeno, surgieron leyendas urbanas a las que –a falta de un argumento mejor- era fácil aferrarse. Se decía que los piojos eran arrojados a los patios de los colegios desde avionetas; también que eran llevados en sacos por las noches a los lugares donde suele haber niños. Como se puede intuir, la imaginación popular buscó culpables siguiendo la pista del dinero.
Hoy persisten las infestaciones por piojos y las dificultades para deshacerse de ellos. Los productos pediculicidas se están usando sobre el delicado cuero cabelludo de los niños semana tras semana de junio a septiembre o más. Champús, lociones, espráis, liendreras, todo un arsenal para combatir al parásito y a sus huevos, pero no hay forma. Surgen nuevas explicaciones. La leyenda urbana da paso a internet. Hay webs en las que los expertos creen que el “pediculus capitis humanus” ha mutado, se ha vuelto resistente. Ahora, en esta época de altas tecnologías, no hay culpables más allá del propio piojo mutante. Un piojo de ciencia ficción, aunque muy real pica en las cabezas de nuestros niños. Sospechoso y de origen desconocido como las gripes esas de verano. Desplegamos la artillería farmacéutica para derrotar al piojo mutante y nones, mientras tanto los laboratorios se están forrando. Hay tantos productos que, cuando vas a comprar, no sabes cuál elegir. El que te recomienden en la farmacia. Primero, los de diez euros, luego, los de veinte. Hay que venderlos todos. El enemigo parece tener aliados. Nos falta determinar quién es el verdadero enemigo. Pobre piojo. Farmacias, droguerías, vinagre de la cocina. Ahora se ha puesto de moda el aceite de árbol de té, de venta en herbolarios. Demasiada oferta absurda. No sé si ir al veterinario y comprarme un collar para perros.
Safe Creative #0909164542022

viernes, 11 de septiembre de 2009

Se jactaba el aprendiz

Hace muchos años conocí a un joven que trabajaba en un taller de reparación de automóviles. Era bien entrada la tarde, el muchacho había terminado su jornada laboral y estaba en el parque reunido con un grupo de chicos y chicas de similar edad. Me acerqué al grupo para saludar a un par de amigos. Pude escuchar como el joven aprendiz se jactaba de las grandes hazañas del taller mecánico. Pasaba por allí un hombre de pelo blanco, el chaval lo señaló y dijo que era un cliente, un pelma que llevaba con mucha frecuencia el coche al taller. Según el aprendiz, el señor estaba obsesionado, acudía por cualquier pequeño detalle: un ruidito de nada, un poco más de calor aquí o allá. En alguna ocasión fue necesario reparar, pero la mayoría de las veces el coche no tenía nada, sin embargo al hombre del pelo cano le cobraban igual. Le hacían una buena factura por nada, ni siquiera se molestaban en revisar el coche. El aprendiz soberbio, orgulloso seguía jactándose de lo rentable de su recién estrenado empleo: “De idiotas como ese del pelo blanco vivo yo”. Se reía a mandíbula batiente, buscaba el apoyo del resto de la chiquillería. Algunos le reían estruendosamente la gracia, otros no tanto. Heroica forma de ganarte la vida, chaval. El aprendiz tenía un jefe, por supuesto.
Conozco bien al pelma del cabello blanco. No volvió a ese taller, buscamos otro. La avería no era grave aún, en aquel momento, pero lo arreglaron. El hombre no oyó más ruidos, ni le pareció que el coche se calentaba en exceso; finalizó su inquietud. ¿Un pesado con el coche? Tal vez. Es un hombre al que le gusta que todo en el coche esté perfecto. Cierto, a mi padre le saca de quicio cualquier ruidito. Nos obligaba a ponernos el cinturón de seguridad nada más entrábamos, pero es que hoy aún lo hace. Coloca sillas homologadas para llevar a los nietos, revisa que estén bien ancladas, que los niños vayan sujetos antes de cada pequeño viaje o para traerles del colegio. No monta a la familia en el coche si no puede conducir con seguridad. No puede. No debe. No puede, su conciencia no se lo permite. Chaval, díselo a tu jefe. No me jacto de nada pero puede que esté más orgullosa que tú.
TODOS LOS TALLERES DEBEN TENER HOJAS DE RECLAMACIONES
Normas de interés:
- Real Decreto 1457/1986 de 10 de enero
- Decreto 2/1995
- Ley 23/2003 de 10 de julio

jueves, 3 de septiembre de 2009

Desempolvando la vieja bolsa de la compra

Mi madre tenía una bolsa de cuadros para ir a la compra, como todas las madres de la época. Cuadros rojos, azules, verdes de auténtico plástico puro y asas metálicos con refuerzos de pasta -o sea, plástico también-, todo ideado para aguantar kilos de carne, patatas, frutas, pescado y una sandía. Teníamos también una bolsa de red para llevar las botellas vacías (“cascos” los llamábamos) a la bodega. Nos descontaban el valor de los cascos si comprábamos más botellas o nos daban ese valor en calderilla. Antes también se reciclaba o, mejor, se reutilizaba. Hoy se nos exhorta para que reciclemos o reutilicemos por concienciación, gratuitamente y para proteger el medio ambiente. En el pasado la concienciación era la escasez económica. Lo que nos ahorrábamos con la devolución de los cascos era muy importante, supongo, porque como te olvidaras de llevarlos te ganabas un bofetón o una bronca monumental. También teníamos capachos, bueno, sólo uno, si se rompía compraban otro; nunca dos al mismo tiempo. Algunas señoras lo llevaban a la compra, mi madre lo dejaba para ir a la playa o al campo, a la compra lo llevaba cuando se rompía la bolsa de cuadros. Por cierto, la bolsa de cuadros no se tiraba cuando se rompía, sino que se llevaba al zapatero remendón para que cosiera las costuras reventadas por el peso, o para que colocara nuevos asas aunque fuesen de “material” -plástico que imita al cuero-, que con el paso del tiempo se cuarteaba y hacía daño en las manos.
Alguna bolsa de tela y alguna de rafia estaban escondidas o colgadas detrás de la puerta de la cocina. Casi todas las vecinas las ubicaban en ese lugar. Para salir a la compra cogían su bolsa, la doblaban y se la colocaban poco más abajo del sobaco junto a aquel monedero que al abrirse con dos dedos, el pulgar y el índice, hacía “clic”. Salían airosas. Y es que las madres de clase obrera tenían garbo para abrir y cerrar el dichoso monedero. Si al cerrar hacía “tac” rotundamente, ya sabías que no podías pedir ni para un chicle de fresa ácida. “Ni ácida, ni clorofila, ni leches; harta me tenéis”. Así decían las madres a sus hijos, aunque mirándose entre ellas, mientras guardaban turno en los puestos del mercado. Menos mal que teníamos la calle para jugar gratis todo el santo día.
Aquel cuidado de la bolsa de la compra estaba basado -como la devolución de los cascos- en la obligatoria concienciación por el ahorro, por denominarlo de algún modo. Ahora es la concienciación por el medio ambiente la que nos lleva a echar los cascos al contenedor de vidrio. Se llama reciclar, que no es lo mismo que reutilizar. Tampoco te dan dinero por ello. Va a ser también la concienciación ecológica la que nos lleve a desempolvar la vieja bolsa de cuadros, pues dentro de poco tiempo no darán bolsas de plástico “gratuitamente” en los hipermercados. Se va a apelar a la concienciación medioambiental, pero como se sabe que es más efectiva la obligada concienciación por el ahorro las bolsas de plástico se seguirán haciendo, sólo que a partir de ahora se cobrarán. “¿Te callas o te doy un sopapo? ¿Qué prefieres? Ni se te ocurra contestar. Tira pa’ casa”.
Safe Creative #0909014345032