Se accede a través de un desvío a la derecha en el kilómetro 34 de la gran autopista en el cono norte metropolitano. Ascendiendo a los cerros a través de una única carretera asfaltada,
después de recorrer un trayecto de unos cincuenta minutos en autobús se
llega a los asentamientos humanos, los cuales se suceden uno tras otro
hasta que la vista topa con el horizonte. Conforme se avanza los colores
del paisaje cambian, se tornan parduscos; es el efecto de la propia
naturaleza del lugar y de la
actividad de sus moradores. Los cerros se asientan sobre el suelo
desértico del Pacífico. Característicos son la niebla y la llovizna en
invierno y el viento todo el año. El gris, el beis, el marrón en toda su
gama son los colores de la arena –en la tierra y en suspensión-, de las viviendas de adobe, de los corralones de basura, de la contaminación. El cielo pocas veces es azul del todo, ni siquiera en los días más soleados del verano.
El
verde también está presente. Desde la única carretera asfaltada, en la
parte baja de los cerros, se extiende una llanura que es una zona más
húmeda –hay una laguna- con actividad agropecuaria. En la chacra hay
árboles frutales y plantaciones de maíz y camote, aunque las viviendas y
la situación de las familias es igual de precaria que en los
asentamientos humanos. A lo lejos, como cercando el conjunto, se divisan
unos cerros aún más altos. En ellos también existe una zona verde
gracias a la neblina que humedece sus laderas. Pervive allí una fauna y
flora típicas, acostumbradas a la escasa humedad, pero amenazadas por
los plásticos que arrastra un viento envenenado por gases, humo y polvo
desde los basurales. Lo mismo da, porque toda esta naturaleza está
fuera del alcance de los pobladores, ir hasta allí resulta muy cansado
por la aridez y sequedad del camino. El
mar también está próximo, pero bastantes niños y adolescentes de los
asentamientos humanos nunca lo han visto, a pesar de estar a poco más de
una hora en autobús.
En
los asentamientos la mayor parte de la actividad gira alrededor de la
basura. Trabajan en su acopio, segregación y reciclaje familias enteras,
incluidos los niños. La basura deja su huella en los moradores
directamente con accidentes y enfermedades laborales, así como
a través del impacto que produce en el entorno. Por la nariz penetra no
sólo el hedor que sale de los corralones, también el humo de las
fundiciones, el de las pequeñas empresas de transformación, el de los
restos irrecuperables cuando se queman. En la zona también hay canteras y
ladrilleras que dejan gran cantidad de partículas dispersas por el
aire. El ambiente denso y espeso
de la contaminación, acompañado por el polvo que frecuentemente
levantan los remolinos de viento, es el mismo que aparece depositado en
la piel tras terminar la jornada.
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