(Continúa)
Lo
ocurrido con los tres tipos de recogepapeles me pasó en la oficina
antesala de las otras oficinas más principales, en mi caso, de la OMIC.
Supongo que mis papeles desde esta oficina antesala pasan a la OMIC, que
es una oficina que, como me dijo la funcionaria aséptica, está enfrente
a la derecha. Supongo yo, aunque esto también me recuerda ese pasaje de
El Castillo de Kafka en el que los expedientes, llevados por
ordenanzas, hacen un tortuoso viaje de despacho en despacho. Espero que
no, la OMIC está en la puerta de enfrente, yo misma habría llevado mi
Hoja de Reclamaciones, pero no me dejan.
Cuando
la funcionaria aséptica -primera vez que fui este año con el caso de la
megagigatienda- me remitió a la OMIC para que me informasen, allá me
dirigí. Enfrente a la derecha hay una puerta de cristal y un ventanal
mediante los cuales se ve la oficina perfectamente desde fuera. Montones
de papeles sobre las mesas, ordenadores, alguna maceta y dos
funcionarias, una hablando con la señora de la limpieza, tan a gusto. Me
atiende la otra. Sólo quiero consultar, saber cómo funciona, tiempo de
espera y capacidad de la oficina respecto al reclamado. ¡Para qué
preguntar! En cuanto al tiempo, me dijo que aún van por casos del mes de
abril (estábamos en el mes de agosto). Respecto a la capacidad de la
OMIC me dice que sólo tiene carácter mediador, no puede obligar ni
sancionar; el objetivo es evitar que las partes lleguen a juicio. Allí
mismo se me ocurre concluir en voz alta: "O sea, no sirve para nada".
Entre un poderoso establecimiento y un simple consumidor, si la OMIC no
puede obligar, el poderoso establecimiento se saldrá con la suya. ¡No
hace falta ser un lince! Muy espontáneamente, sin pensar demasiado dije:
"Es como para poner otra reclamación a la OMIC". La funcionaria,
sintiéndose ofendida, responde: "Pues ponla, estás en tu derecho". "No,
para qué la voy a poner si no sirve para nada", ¿qué otra cosa podía yo
decir? "No te creas", dice la ofendida funcionaria, "se resuelven muchos
casos". No quise discutir con ella, no sabía su grado de
responsabilidad, me pareció que no se defendía bien. Tampoco iba yo a
emprender una batalla verbal con el último eslabón de la cadena.
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