Los
colegios carecen en sus recintos de equipamientos para hacer deporte.
Sin embargo, frente a la puerta del colegio amurallado hay dos canchas
deportivas, bueno dos es mucho decir: una asfaltada con sus dos
porterías de fútbol, otra de parecida medida pero sin asfaltar ni nada. A
veces hay que pagar para celebrar los partidos.
Entre el primer asentamiento y el noveno hay otros dos campos de fútbol mucho más
grandes que las mencionadas canchas. Uno está detrás del mercadillo al
aire libre, cerca de un cruce de caminos. Por supuesto que es un terreno
de arena, pero tiene sus porterías y su área de juego, líneas blancas
pintadas sobre la tierra. Tiene algunas desventajas para los niños. Los
días de viento los jugadores han de correr entre los torbellinos,
cegados los ojos momentáneamente por la arena que levantan. También es
demasiado grande para estos críos, pues acaban agotados tras realizar
largas carreras de portería a portería. Hay que tener en cuenta que
algunos juegan en chanclas o descalzos.
Casi
todos los chavales prefieren el otro gran campo de fútbol, ubicado en
una hondonada entre cerros. Está más rodeado de viviendas, más protegido
del viento. Desde luego que también es de arena –quizá más compacta-,
con sus porterías pero con las líneas blancas casi borradas. Debido a su
tamaño, por ser el favorito y para distinguirlo del otro lo llaman el
“Maracaná”.
El
fútbol es practicado mucho por los niños y casi nada por las niñas,
aunque siempre hay un par de ellas que juega la totalidad del encuentro.
Las niñas prefieren el voleibol, aunque a esto también juegan los niños
y los adultos de ambos sexos. Sin campo para ello, en cualquier
explanada y con la simple red que saque o les preste algún vecino.
Obviamente eso es excepcional –para algún torneo- o tener mucha suerte, la mayor parte de las veces la red se imagina.
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