Los asentamientos con las casitas, en su imperfecta cuadrícula, y
los de los corralones, donde todo es más caótico, tienen algo en común:
sus calles, sin asfaltar, no tienen nombre. Las casas y demás
construcciones están ordenadas en manzanas y lotes. En sus
paredes hay inscripciones que las identifican, por ejemplo: “E5”; es
decir manzana E, lote 5. En muchas casas está escrito con pintura, la
cual se va deteriorando hasta casi desaparecer; ello contribuye a que
algunos niños no sepan decir dónde viven.
Los
vecinos decoran las fachadas según su gusto o con lo que tengan.
Algunos han plantado un par de árboles o flores a la entrada, que con
mucha suerte y poco agua sobreviven. En alguna casa hay rudos bancos
para sentarse a la misma puerta de la calle. De vez en cuando se
encuentra una vivienda que tiene un pequeño porche de esteras o palos
con un suelo de cemento o baldosas.
En
el interior de las casas, nada más pasar el umbral, en la primera
estancia, que suele ser grande, no hay nada. Esto es lo más habitual. En
alguna casa –como mucho- un par de sillas, en otra un viejo sofá o
quizá una destartalada mesa. Cierto es que hay familias que apenas
tienen enseres, pero otras sí poseen
algo. Los niños tienen ropas, unas peores para el trabajo y otras
mejores para el tiempo libre y, por supuesto, el obligado uniforme del
colegio. En alguna parte deben tener esta ropa, los platos, las ollas y
otros utensilios; los cuadernos, las mochilas y la televisión, pues la
mayoría son muy aficionados a las telenovelas. Aunque sean
infraviviendas, no falta la tecnología. No todos, pero siempre hay algún
vecino que posee alguno de estos aparatos: televisor, reproductor de CD
o DVD, transistor, teléfono. Así pues, si tienen cosas, en el primer
cuarto no se ven. Deben estar en las habitaciones no expuestas a la
vista del primero que pasa. Tal vez todo esto se deba al pillaje. Una
señora explicó que habían entrado a robar en su casa cuando se
ausentaron por un viaje. Se llevaron el pequeño televisor de su hijo,
pero no la televisión de plasma y otros artefactos porque antes de irse
los escondieron bajo tierra. Más curioso aún es que sospechara de un conocido que había dejado de guardián.
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