En España el diez de diciembre se puede conmemorar la firma de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y al día siguiente condenar a muerte el derecho a la información y el derecho de reunión, sin pudor, sin vergüenza, sin decencia; con “dos cojones” les gusta decir a los fascistas y machistas, seguro que siguen empleando ese lenguaje cuando no les ve nadie. El once de diciembre de 2014 el Partido Popular en el Congreso de los Diputados hizo revivir el espíritu franquista y aprobó con su mayoría absoluta la ley mordaza, a la que llaman engañosamente Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana. Con ello las señorías peperas daban una patada en toda la boca —para que no hable—, en los ojos —para que no vea—, en las manos —para que no fotografié ni grabe— a una democracia que ya agoniza, escuálida por tantos recortes. El Gobierno de Mariano Rajoy intenta silenciar a los ciudadanos que vienen poniendo en evidencia su devastadora política y para ello se sirve de la ley mordaza que dará paso a una situación que causa espanto, por ejemplo: menos poder para los jueces y más para la policía; multas desorbitadas para casi todo tipo de protesta (escraches, paralización desahucios, escalamiento de edificios, manifestaciones no comunicadas…); ocultamiento de información sobre abusos policiales; indefensión del ciudadano ante la palabra del policía. El día de los Derechos Humanos, previendo que al día siguiente se iba a aprobar la ley, los activistas de No Somos Delito convocaron una protesta para despedir educada y pacíficamente a la democracia, a la que con la ley mordaza se da por muerta. Quizá en el acto no estaban todos los que se esperaban, pero no hay duda de que los que acudieron eran los polítes (πολίτης), los que ejercen plenamente sus derechos de ciudadanía, los que generosamente participan en la vida pública. Son ellos los merecedores de profundo respeto y máximo agradecimiento pues resisten pisando la calle a pesar del hastío que la sinrazón fascista produce.
El cortejo fúnebre
Eran las siete y media de la tarde, había oscurecido, hacía algo de frío y las calles del centro de Madrid estaban repletas de gente como siempre ocurre en días próximos a las fiestas navideñas. Por la Puerta del Sol y sus aledaños abundan en estas fechas los que van a comprar regalos o lotería, los que van a tomar algo con los allegados y los que acuden por cualquier otra cosa, aunque solo sea para ver y ser vistos. Desde Ópera a Sol por la calle del Arenal, abriéndose paso entre el gentío, avanzaba el cortejo fúnebre en una marcha triste de verdad. Se hizo el recorrido de forma monótona, sobriamente, hasta se percibía algo de recogimiento. Encabezaban el cortejo cuatro personas vestidas de luto que portaban un ataúd en el que se leía: “No Somos Delito. Asistimos al entierro de la libertad de expresión y el derecho de manifestación. RIP”. Algunas mujeres llevaban velos negros o gafas de sol; tras ellas un hombre alto con abrigo de paño y bombín exhibía un cartel con la palabra “Represión”. Después seguían cuatro violinistas cuya delicada melodía quedaba sepultada por el murmullo incesante del hervidero humano. Un joven entre sollozos —hacía que lloraba— repartía entre los paseantes y los mirones papelitos con sugerencias para combatir la ley mordaza. Algunos integrantes del cortejo sujetaban velas encendidas y claveles rojos; otros, cuartillas prendidas en la solapa en las que estaban estampados lazos negros o caretas amordazadas. Las pancartas eran pequeñas y escuetas: “Libertad de expresión”; “Derechos Humanos”; “No nos callarán”; “Censura”; “Ley mordaza, dictadura descarada”; “Libertad de protestar”; “Con grises, hoy azules, Franco ha vuelto”. Por supuesto, no había silencio absoluto, pero tampoco risas ni fiesta. El grupo de teatro, que en otras ocasiones ha protestado contra la ley mordaza con alegría y los actores ataviados de payasos, ahora “lloraba”, “se lamentaba” consiguiendo que la imitación burlesca se convirtiera en una cosa seria. Cuando los actores, refiriéndose a la democracia, decían “¡Qué la han matado!” no esperaban que brotasen las carcajadas; esta vez la parodia es tan grave como la realidad: la han matado.
La hilera de manifestantes continuaba su trayecto por la plaza de la Puerta del Sol entre los mariachis, las loteras, los músicos callejeros que interpretan sin ganas rancios villancicos y, por supuesto, los transeúntes, la mayoría de ellos ajenos e ignorantes del luctuoso acontecimiento. Frases del idiotes desinformado conforme pasaba el cortejo: “Son los de los recortes”; “¡Pero, vamos, ahora hay manifestaciones los miércoles!”; “Van a misa”; “Es una procesión”. Algunos idiotes ni advirtieron que era una representación teatral en la calle. Dicen que en la antigua Grecia se utilizaba la palabra “idiotes” (ἰδιώτης) para referirse a quien no participaba en los asuntos públicos o, mejor dicho, para quien únicamente se dedicaba a sus asuntos privados. En torno a las fiestas navideñas el idiotes pulula por los alrededores de la Puerta del Sol deslumbrado hasta por la brillantez hortera de esos conos gigantes, de estructura metálica y eléctrica, que dicen que son árboles. Es capaz de gastar tiempo y dinero para ir al centro con tal de presumir diciendo que ha estado allí y ha visto esto y aquello. Mucho idiotes, mucho entraba y salía de las tiendas y los bares, y al paso del cortejo sacaba el móvil para fotografiarlo. El idiotes digital funciona por imitación y emula sin más lo que hacen los de su especie dotada de sofisticados artilugios captadores de imágenes. Se queda satisfecho cuando logra su máxima hazaña: subirlas a Twitter o Facebook. De nada servía que una mujer desde el interior del cortejo se desgañitase al decir “A ti, que estás mirando, también te están robando”. El idiotes no participa en la lucha aunque luego se beneficie de lo que conquistan los otros, los polítes. Es un mal con el que hay que contar.
Más cámaras y más móviles; fotos y más fotos. Algunos se suben a la fuente para la mejor toma. Los turistas también quieren una imagen de lo que sea eso, de la ristra de gente que camina tras un ataúd simbólico. Por su parte, los fotógrafos y camarógrafos profesionales hacen lo propio, eso sí, ellos están trabajando: de cerca, para captar el primer plano; de lejos y por las alturas, para obtener una buena panorámica. Buscan el mejor ángulo, la luz óptima y la originalidad con lo que hoy por hoy son sus herramientas de trabajo, pero, cuando entre en vigor la ley mordaza, serán consideradas por los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad armas delatoras, traidoras, peligrosas. En la “democracia policiaca” esta orgía de la imagen no será igual para el profesional ni para el aficionado, ni siquiera para el curioso.
El pésame
Se voceó poco en la protesta. En la calle del Arenal, ya cerca de la confluencia con la Puerta del Sol es donde se oyeron las primeras consignas; desde la parte trasera del cortejo se coreó: “La voz del pueblo no es ilegal”. Luego, más frases cortas; voces fuertes, claras, rotundas, sin embargo el ambiente seguía desabrido y no respondía nadie, sólo los ya convencidos. La policía ronda por la plaza aunque no interrumpe la protesta, parece que en esta ocasión no importa mucho si es o no comunicada. Los manifestantes, según su costumbre van hacia la “ballena” (entrada acristalada al Metro y al tren de Cercanías) y se ubican en la zona peatonal, donde se realizan las asambleas y se cierran las protestas desde que existe el 15‑M. Allí ya aguardan más manifestantes que sobre el lateral de la “ballena” han apoyado una corona de flores y otro féretro en el que, entre otras cosas, han escrito: “RIP. Con la ley mordaza muere nuestra libertad”. Junto a estos símbolos el cortejo fúnebre coloca su ataúd y en el suelo, frente a todo ello, pusieron las velas encendidas. Los actores se situaron a la izquierda de este altar, uno al lado del otro, y como si fuesen los allegados se iban dando el pésame con gesto compungido, largos abrazos y besos de consuelo. Previamente se había extendido una cuerda blanca para separar al grupo de teatro del resto de concurrentes, de modo que hubiese un espacio delimitado para la escenificación, pero no sirvió de nada. La cuerda desapareció y los límites también. Se procedió a la lectura de un comunicado que apenas se oía. A pocos metros, hacia la calle de Alcalá, los colectivos de homosexuales, transexuales y bisexuales habían estirado una bandera arcoíris sobre el suelo, en ella también habían depositado sus velas encendidas, y también leían sus reivindicaciones; igualmente tampoco se les oía. Los activistas de No Somos Delito finalizaron su acto una vez más voceando breves proclamas: “Manifestarse sirve”; “¡No a la ley mordaza!”; “Que no tenemos miedo”. Moviendo las palmas de las manos por encima de sus cabezas: “Estas son nuestras armas”. Las voces se perdían entre el bullicio y la indiferencia de la plaza.