miércoles, 26 de noviembre de 2008

DESVENTURAS EN LA MEGAGIGATIENDA. (2) El jefecillo.

LLega el encargado o jefecillo, alguien que manda más en el servicio técnico de la megagigatienda. De nuevo toda la batalla verbal: exijo que me devuelvan el dinero porque considero que es un ordenador defectuoso tras las cuatro reparaciones; él insiste en que no me lo devuelven, que se lo tiene que autorizar el fabricante; yo les exijo a ellos pues son los vendedores y les digo que la ley alude al vendedor. Saco incluso un folleto de divulgación de los derechos de los consumidores editado por la Comunidad de Madrid donde se explica lo que digo. Lo leo en voz alta, pero él dice que eso no es la ley y no vale para nada. Ciertamente no es Real Decreto Legislativo 1/2007, de 16 de noviembre, por el que se aprueba el texto refundido de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios y otras leyes complementarias, pero lo que tengo en la mano es un folleto para explicar, divulgar la ley. "Así que usted dice que esto no vale para nada", digo por decir algo. "Yo no he dicho eso", contesta el jefecillo. Todos lo hemos escuchado, pero él "no ha dicho eso".
En la megagigatienda la tensión había aumentando notablemente: yo estaba nerviosa, ellos también. El jefecillo me dice que no alce la voz, le digo que disculpe pero estoy muy enfadada y harta de oír cosas extrañas. A propósito, ninguno de ellos se ha disculpado nunca. Un día recogí el ordenador por la mañana y lo llevé por la tarde, en otra ocasión lo recogí en sábado y lo volví a llevar el jueves siguiente -ni una semana funcionó-, pero nunca han pedido disculpas, ni les ha dado vergüenza, ni sienten haber causado molestias; al contrario: altanería, arrogancia y disparates verbales carentes de argumento. ¡Y me dice que a él no le alce la voz, él exige buenos modales!
El espectáculo estaba montado. Había muchas personas haciendo cola en el servicio técnico, más que en las colas de las cajas. Hacía un día de perros, con viento, frío y amenaza de lluvia. No era un día propicio para darse una vuelta. Los clientes, si habían ido al servicio técnico es porque lo necesitaban, como yo. Allí estaban esperando con sus productos averiados. Allí, espectadores silenciosos de la escena, pero tomando nota, como seguramente temía el jefecillo -o le importa un rábano, que también pudiera ser-. "A mí no me grites", me dice, así tuteando. Admito estar enfurecida, pero no dejo de exponer argumentos. Se le ve inquieto, mucho, va de un lado para otro. Un cliente me da la razón; el jefecillo pasa. Yo sigo reclamando mis derechos, digo que ellos no pueden imponernos sus propias leyes por encima de las que tenemos todos para convivir, no sé cuantas bobadas -por lo obvias que son- llego a decir. El jefecillo me dice que el dinero no me lo van a dar: "Si no estás conforme, pon una reclamación". Le respondo que no, que no sirven para mucho y que ya he puesto tres, que hay reclamaciones en curso. "Creo que mejor iré al juzgado". Contesta: "Pues vete, estás en tu derecho". Esto último lo dicen reiteradamente, en distintos días y distintos empleados y encargados, lo oigo siempre. Debe ser una muletilla que les hacen aprenderse y que luego ellos repiten como loros. "No me digas... Gracias por recordarme que estoy en mi derecho, no me daba cuenta". No sé cuál es la finalidad de la jodida muletilla, aunque creo que la usan para desquiciarnos.

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