LLega el encargado o jefecillo, alguien que manda más
en el servicio técnico de la megagigatienda. De nuevo toda la batalla
verbal: exijo que me devuelvan el dinero porque considero que es un
ordenador defectuoso tras las cuatro reparaciones; él insiste en que no
me lo devuelven, que se lo tiene que autorizar el fabricante; yo les
exijo a ellos pues son los vendedores y les digo que la ley alude al
vendedor. Saco incluso un folleto de divulgación de los derechos de los
consumidores editado por la Comunidad de Madrid donde se explica lo que
digo. Lo leo en voz alta, pero él dice que eso no es la ley y no vale
para nada. Ciertamente no es Real Decreto Legislativo 1/2007, de 16
de noviembre, por el que se aprueba el texto refundido de la Ley General
para la Defensa de los Consumidores y Usuarios y otras leyes
complementarias, pero lo que tengo en la mano es un folleto para
explicar, divulgar la ley. "Así que usted dice que esto no vale para
nada", digo por decir algo. "Yo no he dicho eso", contesta el jefecillo.
Todos lo hemos escuchado, pero él "no ha dicho eso".
En la megagigatienda la tensión había aumentando notablemente: yo
estaba nerviosa, ellos también. El jefecillo me dice que no alce la voz,
le digo que disculpe pero estoy muy enfadada y harta de oír cosas
extrañas. A propósito, ninguno de ellos se ha disculpado nunca. Un día
recogí el ordenador por la mañana y lo llevé por la tarde, en otra
ocasión lo recogí en sábado y lo volví a llevar el jueves siguiente -ni
una semana funcionó-, pero nunca han pedido disculpas, ni les ha dado
vergüenza, ni sienten haber causado molestias; al contrario: altanería,
arrogancia y disparates verbales carentes de argumento. ¡Y me dice que a
él no le alce la voz, él exige buenos modales!
El espectáculo estaba montado. Había muchas personas haciendo cola en
el servicio técnico, más que en las colas de las cajas. Hacía un día de
perros, con viento, frío y amenaza de lluvia. No era un día propicio
para darse una vuelta. Los clientes, si habían ido al servicio técnico
es porque lo necesitaban, como yo. Allí estaban esperando con sus
productos averiados. Allí, espectadores silenciosos de la escena, pero
tomando nota, como seguramente temía el jefecillo -o le importa un
rábano, que también pudiera ser-. "A mí no me grites", me dice, así
tuteando. Admito estar enfurecida, pero no dejo de exponer argumentos.
Se le ve inquieto, mucho, va de un lado para otro. Un cliente me da la
razón; el jefecillo pasa. Yo sigo reclamando mis derechos, digo que
ellos no pueden imponernos sus propias leyes por encima de las que
tenemos todos para convivir, no sé cuantas bobadas -por lo obvias que
son- llego a decir. El jefecillo me dice que el dinero no me lo van a
dar: "Si no estás conforme, pon una reclamación". Le respondo que no,
que no sirven para mucho y que ya he puesto tres, que hay reclamaciones
en curso. "Creo que mejor iré al juzgado". Contesta: "Pues vete, estás
en tu derecho". Esto último lo dicen reiteradamente, en distintos días y
distintos empleados y encargados, lo oigo siempre. Debe ser una
muletilla que les hacen aprenderse y que luego ellos repiten como loros.
"No me digas... Gracias por recordarme que estoy en mi derecho, no me
daba cuenta". No sé cuál es la finalidad de la jodida muletilla, aunque
creo que la usan para desquiciarnos.
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