Veintidós de marzo de 2014, las Marchas de la Dignidad ¾columnas de caminantes de diferentes lugares de España y de fuera¾ ya están en la ciudad de Madrid. A ellos se ha sumado más gente que ha llegado en autobuses, trenes y vehículos particulares desde diversas provincias y muchos vecinos de localidades de la Comunidad Autónoma de Madrid. Las banderas republicanas, las pancartas en varios idiomas, las insignias del 15‑M y de otros colectivos en las solapas, las banderolas de los sindicatos grandes y pequeños, las banderas regionales, las camisetas de las mareas ciudadanas, son llevadas por algunos viajeros del Metro y del tren de Cercanías, por los que reposan junto a las fuentes de la Puerta del Sol, por algunos de los que entran y salen de los comercios del centro. Una trabajadora de El corte Inglés informa a una clienta: “A las cinco, de Atocha a Colón”. Se trata de la hora de inicio y el trayecto de la manifestación que pondrá el broche de oro a las Marchas por la Dignidad tras varios días de lucha por caminos y carreteras silenciados por gran parte de los medios de comunicación masivos hasta casi la víspera. A pesar ello la movilización aglutinó a multitud de afectados y descontentos tal y como se pudo comprobar desde Atocha a Colón. Allí acudieron lo mismo partidos políticos de izquierda y sindicatos de larga trayectoria histórica que otros recién creados; gentes que reivindicaban la república y otros con demandas muy locales, de su pueblo o comarca; trabajadores del sector privado y del público; colectivos juveniles y de mayores; parados y afectados por los ERE; mujeres y hombres, de España y del extranjero. Por fin marcharon unidos los que comparten la idea de que en frente están los infames, los tiranos, esa gente de la peor calaña capaz de causar mucho dolor a los demás con tal de enriquecerse. Las pancartas más personales, más caseras expresaban el malestar abiertamente o con desazón: “Hijos de puta, mafiosos”; “La deuda la va a pagar tu puta madre”; “Se ríen de nosotros”. La infamia se ha desbordado, ha cruzado la línea y hay que decírselo a grito pelado: “Este país ya no aguanta más” (consigna escuchada en la protesta).
Calle de Atocha
La mayoría de los manifestantes que confluían en la Puerta del Sol alrededor de las cuatro de la tarde se dirigían hacia la calle de Carretas, en la cual ya se avanzaba por el centro de la calzada con las banderas republicanas y del PCE desplegadas. Entre ellos, unos estudiantes muy jóvenes, que no eran de Madrid, iban hablando del próximo examen de Física y Química. Giraron para la calle de Atocha y al pasar frente al monumento en honor de los abogados laboralistas asesinados y ver gente agolpada preguntaban “¿Qué es eso?”; los acompañantes más mayores se lo explicaban. Antes de bajar la pendiente de la calle se mezclaron con más grupos que salían de la calle de Magdalena; estos iban en manifestación, con las pancartas estiradas y voceando consignas: “Viva la anarquía, muerte al Estado”; “El pueblo unido funciona sin partidos”. En sus pancartas iban las siglas CNT, AIT y a su lado se indicaban las ciudades de procedencia. En una de sus pancartas denunciaban la “Ley Mordaza. Represión descarada”; en otras proclamaban la autogestión. Entremezclado, pero algo solitario, desfilaba un saxofonista que interpretaba la Internacional. Había un pequeño grupo de chavales que hacía explotar ensordecedores petardos; otros pocos jóvenes desperdigados o en grupos muy reducidos llevaban puesta la capucha de la sudadera y con la bufanda cubrían su rostro desde el mentón hasta casi los ojos. “Esto no me gusta nada; no me va a gustar”, murmuraba una chica al ver aquella parte de la protesta.
Plaza del Emperador Carlos V
Frente a la entrada del Museo Reina Sofía, en la placita y en las escaleras, también había manifestantes; estos en ambiente de fiesta y como si estuviesen tras un escenario preparándose para la función: una orquestilla de la Marea Verde, con camisetas en defensa de la educación pública, había hecho un corrillo y estaban ensayando mientras algunos de los presentes bailaban; otros adecentaban pancartas; otros se ponían un mono blanco por los Derechos Humanos con estas letras “APDHA.org”. Nada más pasar la bocacalle que va desde el Reina Sofía a la plaza del Emperador Carlos V lo primero que se ve es una fila de furgones de la Policía Nacional; en aquellos momentos algunos agentes que estaban fuera de los vehículos no llevaban puesto el casco ni el escudo, simplemente la gorra. A las cuatro y media esta plaza, conocida como glorieta de Atocha, ya estaba abarrotada. Desde el paseo de las Delicias llegaban los de la Columna Sur con sus banderas regionales y los banderines de USTEA Intersindical Andaluza y los del SAT. Allí se juntaban con banderas de Extremadura, Castilla y León, Valencia y hasta las que propugnan un “Sahara libre”. En el inmenso revoltijo se veían banderolas de Izquierda Unida, pancartas de Valladolid, camisetas de Coca-cola y Stop Desahucios, pero eran mayoría los banderines de la CGT, que también llevaba pancartas enganchadas a gigantes globos rojos y negros y un equipo de megafonía para animar a la concurrencia. A las cinco la glorieta de Atocha seguía recibiendo más gente y por el Paseo del Prado era muy difícil avanzar. Por la avenida Ciudad de Barcelona y el paseo de la Infanta Isabel, el río de manifestantes era incesante: unos salían de la estación de ferrocarril; otros venían desde Vallecas con la Columna del Este. Con ellos una pancarta de Pinto en la que se leía “No es tiempo de lamentos, es tiempo de lucha”. Había personas por las aceras y la calzada y en la barandilla azul del túnel subterráneo donde se apoyaban o sentaban porque era prácticamente imposible seguir. Lucía el sol y soplaba un fresco viento a la vez, así que no hacía ni frío ni calor para unos participantes que observaban mientras eran observados. Apenas se podía hacer otra cosa que no fuese mirar, fotografiar o grabar; aparte de saludar a vecinos o conocidos y corear los cánticos del equipo de megafonía más cercano.
El número de asistentes a una protesta suele ser polémico y dispar dependiendo de quién sea la fuente, ya se sabe: los convocantes ofrecen una cifra muy alta y la policía, una bastante más baja. Esto hace que algunos elijan otra forma de evaluar el éxito de una manifestación, la que consiste en medir el tiempo en el que los congregados no pueden avanzar, eso sería señal de que hay muchísima gente. En la plaza del Emperador Carlos V y en los aledaños hubo grupos que no se desplazaron hacia el Paseo del Prado durante casi hora y media. Individualmente si podía una persona o una pareja desplazarse entre la muchedumbre, sin embargo, si se marchaba colectivamente y con pancartas grandes apenas se recorrían unos pocos metros, de modo que parecía que permanecían entre treinta y cuarenta minutos en la entrada del paseo. Más tiempo estuvieron los de la CGT, que en una hora solo se desplazaron del borde sur de la fuente de la Alcachofa (escultura de la rotonda) al borde norte de la misma. Ante las dificultades para avanzar se podía optar por retroceder y volver a mirar. No paraba de salir gente de la estación de tren y las banderas republicanas abundaban; hasta ondeaba una de ellas con el escudo del Atlético de Madrid. Algunos jóvenes divisaban la dimensión de la protesta encaramados a la verja que rodea el Ministerio de Agricultura, donde habían colocado esta pancarta: “No al pago de la deuda”. Por la cuesta de Claudio Moyano había muchos corrillos de pie o sentados, en la zona con césped y fuera de ella. Mientras tanto se repartían octavillas, se vendía prensa obrera y los de Panrico recogían firmas para apoyar a los compañeros que llevan “más de cinco meses de huelga indefinida”. Había familias completas, con los abuelos y los niños, incluidos los bebés en sus cochecitos o colocados en ese tipo de mochilas en las que la criatura va pegada al pecho de uno de sus progenitores. En la espera, los niños merendaban pequeños bocadillos y devoraban chucherías; era un ambiente familiar, parecido al de una tarde de primavera en un parque de cualquier barrio.
Paseo del Prado, Cibeles, Recoletos
A partir de las seis y media aumenta el movimiento desde la glorieta de Atocha hacia el Paseo del Prado. En los carriles de la derecha del paseo predominan las banderolas de la CGT y Solidaridad Obrera; en los carriles de la izquierda marchan muy animados con vehículo y potente equipo de sonido los de Corriente Roja, Co.bas y UPS Vallecas; por el medio del bulevar hay personas que siguen adelante sin tantos aprietos como por los carriles laterales y algunos caminan en dirección contraria, regresan a Atocha. Tanto en los carriles de la derecha como en los de la izquierda las pancartas apelan a la unidad. La de la CGT: “Unificar las luchas. Huelga general”. La de Corriente Roja: “Unamos las luchas. Fuera Rajoy y Merkel”. El grupo de los carriles de la izquierda es muy cantarín y bailón, en su repertorio incluyen los distintos temas que se han venido sucediendo desde que comenzaran las políticas de austeridad para remediar la supuesta crisis, a saber: la sanidad, la educación, la corrupción, la democracia, la reforma laboral. Sus cánticos lo mismo evocan la lucha que denuncian mentiras: “Obrero, si no luchas nadie te escucha”; “¿Dónde están (2) los puestos de trabajo que con la reforma se iban a crear?”. A las siete, a la altura de la fachada principal del Museo del Prado, desde los megáfonos anuncian que van a hacer una parada pues compañeros de la CGT y otras organizaciones van a pronunciar discursos junto a la estatua de Velázquez. Tanto los del grupo de Corriente Roja como los de la CGT se detienen y el resto de manifestantes que los acompaña, de pie o sentados en los bancos del paseo, escuchan a los oradores. Otros siguen andando hacia Cibeles. En este tramo ¾del Museo del Prado a Cibeles¾ de siete a siete y media desfilan, entre otros, los del Frente Cívico, cuyo lema es “Somos mayoría. Organicemos el poder ciudadano”; y Equo, que apuesta por la república en su pancarta: “Reinicia la democracia. Por una república ciudadana”. Otro grupo de personas mayores aluden al mismo asunto: “Por la Tercera República, federal, laica, solidaria y participativa”. También hay una bandera andaluza enorme con la que se rodea un buen grupo de asistentes, otros portan una tira de tela azul muy alargada para reclamar “agua pública”, muy cerca de las siguientes pancartas: “Red de Agua Pública de Aragón. No a la privatización del agua y de nuestros ríos”; “Por un Tajo vivo. Asamblea por la Defensa del Tajo‑Aranjuez”. Los inmigrantes cada vez son más visibles en las protestas, en esta unos jóvenes ecuatorianos sujetan una pancarta verde fosforescente con la célebre cita: “Cuando la tiranía es la ley, la revolución es orden”.
En torno a la fuente de la Cibeles se podía caminar con más celeridad pues muchos participantes ya habían abandonado la marcha porque concluyeron el recorrido o por otros motivos: oscurecía, soplaba un viento frío, cansancio. Junto a la emblemática diosa, que estaba rodeada por vallas, había gente posando con su banderín o pancarta para hacerse fotografías.
En el paseo de Recoletos, entre las siete y media y las ocho, una gran masa de gente se situaba en los carriles centrales, mientras que por el bulevar y los laterales se podía caminar con más holgura. Nuevos símbolos volvían a dar cuenta de la variedad de colectivos que reunió la convocatoria: banderas arcoíris, de Izquierda Anticapitalista, de Alternativa Republicana; pancartas de Ecologistas en Acción y de grupos que rechazan las corridas de toros (“La tortura no es cultura”). Ya, cerca de Colón, un buen montón de banderas de Asturias. No obstante, la gran atracción era una gran batucada muy bien organizada, que muchos querían ver y fotografiar; para ello se subían a la zona ajardinada del bulevar desde donde mejoraba la panorámica de la protesta. Estas zonas ajardinadas son pequeñas elevaciones del terreno cercadas por muros bajos de contención; en su parte alta hay césped y una hilera de flores de color rosa haciendo un dibujo en suave zigzag. La gente que quería pasar de los carriles centrales ¾donde lentamente transitaba el grueso de la manifestación¾ a la zona peatonal ¾mucho más despejada¾, subía a la zona ajardinada y daba grandes zancadas para pasar al otro lado sin pisar las flores. Una mujer se lamentaba: “No puedo atravesar esto, no lo quiero destrozar”. Y obtenía respuesta: “Señora, venga por aquí, que es más estrecho”. En las Marchas de la Dignidad había personas que su intención no contemplaba ni siquiera la idea de pisar las flores. Otros sí habían dejado rastro efímero de su paso por Recoletos: sobre casi todas las marquesinas habían escrito mensajes con rotulador de trazo grueso; uno de ellos era: “Gracias x la belleza de la desobediencia”.
Colón
El escenario estaba situado en los Jardines del Descubrimiento mirando hacia la plaza de Colón. De telón de fondo, el lema de la protesta: “No al pago de la deuda. No más recortes. Fuera gobiernos de la Troika. Pan, trabajo y techo”. Varios oradores se sucedían ante el micrófono, pero no siempre se oía con claridad. Se leyó el manifiesto y expusieron su parecer personas procedentes de Aragón, Andalucía… Se aplaudió cuando se dijo que habían acudido bomberos de Madrid y de todo el Estado. Aunque mucha gente se había retirado, entre las ocho y las ocho y cuarto todavía se podía hablar de multitud. Había manifestantes por todas partes: seguían subidos en la zona ajardinada del bulevar, sentados en el bajo muro y en los bancos, de pie rodeando la fuente de Colón; desde ahí se vislumbraba una espesa masa de gente hasta el escenario, y otra continuaba en los carriles centrales de Recoletos. Para unos era el momento del refrigerio; otros seguían haciendo fotografías; la mayoría intentaba escuchar a los oradores; otros simplemente aguardaban. Sobre el escenario es el turno de la Solfónica, que interpreta el Cuarto movimiento de laNovena Sinfonía de Beethoven, el Himno de la Alegría. Muchos asistentes están parados y en silencio, atentos a las voces del coro, incluso los que están alejados del escenario, subidos al muro bajo de contención o a la zona ajardinada. De repente, muy cerca de allí, como si viniesen del cruce con la calle de Génova ¾en la que se ubica la sede del PP y donde suele haber un fuerte dispositivo policial¾, unos jóvenes bajan corriendo y cesan frente al Museo de Cera; es un amago de avalancha tras oírse los primeros disparos que efectúan los antidisturbios. Son las ocho y veintitrés, la calma vuelve por pocos minutos. Parece que la Solfónica ha comenzado a entonar otra pieza. Se oye con dificultad. Más disparos. La gente se está retirando hacia las calles adyacentes. El coro ya no canta, sino que vocea: “Estas son nuestras armas”. Sobre la verja de la Biblioteca Nacional, esta pancarta: “Jóvenes de Europa, levantaos”. Desde la calle de Jorge Juan ¾entre la Biblioteca Nacional y los Jardines del Descubrimiento¾ se divisa el humo de los tiros. Una señora se lamenta en voz alta: “Ya están cargando. ¿Por qué no detienen a los gamberros? No, como siempre, ya están cargando contra todos”. La Solfónica: “Vergüenza, vergüenza”. Se puede huir por Jorge Juan sin tener que correr. La gente se resiste, la curiosidad les hace volver la vista hacia detrás. Las lecheras de la Policía Nacional aparcadas en la calle de Serrano arrancan y por Jorge Juan se dirigen a Recoletos. Entonces muchos de los presentes en Jorge Juan emprenden definitivamente la retirada. Unos andaluces se aseguran de que en su grupo no falta nadie, se apresuran, no conocen la ciudad y deciden abandonar la zona, pero una muchacha se escapa, retrocede para hacer fotografías. Gritan: “Vamos chiquilla, vámonos de esta guerra”. En medio de un jaleo tremendo la Solfónica ha vuelto a cantar, parece que por Labordeta, el Canto a la Libertad.