jueves, 26 de agosto de 2010

El Partido Popular

Ellos decían que no, pero muchos pensaban que sí, que todas las derechas -a excepción de la nacionalistas- estaban dentro del Partido Popular, el cual no conseguía quitarse de encima el tufo de la más reaccionaria, que en el caso de España llevaba la marca del nacional-catolicismo franquista, era un hedor que les perseguía a pesar de los exquisitos perfumes del alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón. En 2010 el Partido Popular (PP) estaba en la oposición y en manos -es un decir- de Mariano Rajoy. Era percibido como un hombre débil -un títere movido por su predecesor Aznar-, con poca decisión, poco brillante, oportunista e incapaz de dirigir su propio partido donde no faltaban las guerras intestinas por desbancarle. Rajoy y los suyos no supieron -o no quisieron- limpiar la escandalosa corrupción que salpicaba al partido un día tras otro, al contrario: miraban para otro lado; o nos querían hacer creer que eran objeto de extrañas conspiraciones; o empleaban todo tipo de argucias para que la justicia no investigara.
Los portavoces del partido, abruptos en las formas, las cuales cultivaban más que el contenido, estaban siempre al acecho y a la más mínima saltaban a los medios de comunicación para desprestigiar como fuese, a veces rozando los límites de la ética y la ley -insultos, acusaciones, ataques personales- a sus oponentes, principalmente socialistas y nacionalistas. Este juego sucio y el desdén hacia la corrupción repelían enormemente, pero no tenían otro. Es posible que dentro del propio partido hubiese personas que renegaran del sello de “derechona”, que les diese vergüenza la corrupción, que tuviesen aspiraciones más honradas, abiertas y democráticas, pero nunca alcanzaban los puestos de mando.
La política del partido carecía de proyecto. De ellos sólo sabíamos que eran liberales en lo económico y represores e hipócritas en todo lo demás. En la mayor parte de las autonomías donde gobernaban -o habían gobernado- aparte de la corrupción, destacaba la privatización del estado del bienestar, fuente de riqueza para empresarios y de desolación para usuarios. En Madrid lo iban haciendo vigorosamente con la sanidad pública y el mismo camino llevaban con la educación.
El PP, a pesar de todo lo dicho, siempre ha tenido un público fijo, incondicional, incluso fanático. Votantes que le garantizan el segundo puesto tras las elecciones generales si hay mucha abstención, y el primer puesto -gobierno- si los votantes de izquierda deciden castigar al partido socialista. El PP gana si se debilita el adversario: Rajoy era conocido como el hombre que podía sentarse tranquilamente a esperar. Sólo había alguien capaz de esperar más, ése era Ruiz-Gallardón, con tuneladora en mano y corte de faraón.
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martes, 24 de agosto de 2010

El Partido Socialista Obrero Español

En 2010 el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) se había convertido económicamente en un partido de derechas. Nada nuevo, ya lo habíamos conocido con los últimos años del gobierno de Felipe González, pero en el de José Luis Rodríguez Zapatero las medidas habían pasado el límite de lo tolerable. Tocó las pensiones -los ancianos son uno de los grupos más débiles, así que hacer esto era vulnerar algo sagrado-; redujo el sueldo a los funcionarios; aumentó los impuestos indirectos -que nos afectan a todos en nuestra condición de consumidores-, y amenazaba con subir los directos que acabarían pagando los de siempre: los trabajadores. Las ayudas a las familias cada vez se recortaban más y el estado del bienestar se iba quedando escuálido. Lo peor de todo fue la reforma laboral, en la que seguía las directrices de la patronal y su suposición de que para crear empleo lo primero que había que hacer era “flexibilizar” el mercado laboral. Bajo este eufemismo se escondía el despido barato, aunque para la patronal hubiese sido mejor el gratuito. Todo esto se hacía en nombre de la dichosa crisis económica y a imitación de lo que hacían otros países europeos, como si España se pudiese parangonar con ellos. Ya antes, en nombre de la crisis y también por emulación, se había facilitado dinero a los bancos aunque el crédito no acababa de llegar a los ciudadanos. Mientras el número de parados y pobres crecía, las grandes fortunas -entre ellas las de los banqueros y los que propiciaron la crisis- seguían impunes y no tenían pudor en exhibir las brillantes cifras de su éxito.

Los votantes apenas podían distinguir entre los dos grandes partidos de derecha y de izquierda, especialmente en materia económica. Los obreros, los jubilados, los progresistas y otros potenciales votantes del partido socialista estaban decepcionados. Zapatero, que llegó al poder con un recado “No nos falles”, les había fallado. El PSOE se parecía al PP. Así que muchos votantes llegaron a concluir que los dos partidos que podían gobernar eran iguales, es decir, de derechas: defensores de sus propios intereses -como políticos aferrados al cargo-; y defensores de sus amigos ricos -de los que acabarán obteniendo algo más que de los pobres-. La percepción era que nada había cambiado, que siempre pagan los mismos: los de abajo. Ya no se identificaban con el partido como una institución surgida del movimiento obrero y que históricamente les había defendido. El socialismo en el PSOE -y quién sabe si en el mundo- había desaparecido.
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jueves, 19 de agosto de 2010

REPAGO es como llama Gaspar Llamazares al COPAGO, con gran acierto

COPAGO = REPAGO
Voy a pintar este eslogan en unas camisetas baratitas y las usaré el resto del verano. Serán unas camisetas protesta en contra del copago y a favor de la sanidad pública, y cuando digo pública quiero decir totalmente pública o, como dicen sus defensores madrileños, “100 X 100 pública y de calidad. La idea se la debo a Gaspar Llamazares, presidente de la Comisión de Sanidad y Asuntos Sociales del Congreso y portavoz parlamentario de IU, que a lo largo de un artículo va cambiando el nombre de copago por el de repago, para terminar usando éste último definitivamente. Llamazares explica que la sanidad pública no es gratis, como nos quieren hacer creer, sino que son los ciudadanos los que la financian con sus impuestos. “Se trata, por tanto, no de copago, sino de repago, ya que se pretende una doble imposición para financiar el sistema introduciendo de nuevo el precio”. El autor considera hipócrita que se aduzca la moderación de la demanda “a priori abusiva” para implantar el repago; señala que detrás de todo ello está el afán privatizador y de destrucción del Estado de bienestar. “Lo que ocurre realmente es que el repago se inscribe en la corriente privatizadora de los servicios públicos que se agudiza ahora con el pretexto de la crisis. Es la misma corriente que ve en el sistema sanitario y en el de pensiones públicas y, en general, en el Estado de bienestar un nuevo nicho de mercado”.
En su artículo Llamazares dice que la solución a los problemas de la sanidad pública no pasa por castigar a los ciudadanos con el repago, sino en tomar medidas que recaigan en la Administración y en los servicios.”Se aducen razones como la utilización excesiva de las consultas de Atención Primaria o de urgencias. Sin embargo, poco se dice de la escasez de medios y profesionales de la Atención Primaria, de la necesaria redistribución de funciones en los equipos o de las limitaciones de las políticas de salud pública, de educación y participación sanitaria de los ciudadanos. Invertir en ellas mejoraría sin lugar a dudas la calidad y reducirían el número de consultas que se pretenden limitar con el castigo del repago, como si los ciudadanos fueran el perro de Paulov, objetos de premio y castigo”.
El artículo ha sido publicado por El País y también está en la página web del autor: