Parece ser que lo
primero que se tiene que aprender para hacer un currículum vitae es mentir. Hace no muchos años se mentía
exagerando el nivel de formación; el objetivo era hinchar el currículum
elevando cualquier cursillo o actividad a dato meritorio. Las cosas han
cambiado diametralmente. Los parados de hoy en día tienen que mentir pero
ocultando en el texto que presentarán como currículum parte de su formación. El
currículum lo llevan sobre sus hombros, aunque el texto que redacten han de
deshincharlo para poder acceder a un empleo de menor cualificación. Y es que
aumenta la competencia para obtener los empleos que requieren menor grado de
preparación, los únicos libres, por lo que se ve. Doctores, licenciados,
diplomados, especialistas en diversos oficios, capacitados en una materia u
otra se ven abocados a buscar lo que sea y a esconder cursos y conocimientos
adquiridos como si fuesen una lacra. Desde los orientadores institucionales
hasta los amigos dan similar consejo: “Quita cursos de tu currículo porque si
el empresario te ve con más capacitación pensará que el empleo no te interesa
mucho y acabarás yéndote a otro más acorde a tus estudios”. Éste es un supuesto
muy extendido y, como es tanto lo que se tarda en encontrar un trabajo y
aumenta la desesperación, uno acaba quitando conocimientos por si acaso.
Esta realidad desmonta
parte del discurso dominante que sostiene que
los más cualificados se colocan con más facilidad y en mejores puestos.
Sabemos que no siempre es verdad. Parte del personal medio y altamente
cualificado de nuestro país se va al extranjero; otra parte trabaja como
reponedores, cajeras, mozos, teleoperadoras, etc.; y, otra parte está en el paro o aprovechado
para seguir estudiando. Además de desmontar el discurso dominante, esta
realidad demuestra que durante los últimos años hemos crecido sobre una
economía básica, mediocre, sin diversificar ni sofisticar.
Seguramente que hay
que adecuar el mundo empresarial y la enseñanza de modo que parte de los
conocimientos que tengamos sirvan para trabajar en algo, pero rebajar el nivel
de cualificación parece contrario a la razón y al progreso. Hay quien dice que
hemos pecado de “titulitis”, como si aumentar el nivel de capacitación fuese
una enfermedad inflamatoria. Se trata nuevamente de culpar a los parados: “Se
ha estudiado lo que no se debía”. Se vuelve a responsabilizar siempre a los
mismos, que si antes eran culpables por defecto, ahora lo son por exceso. El
sistema educativo y el mundo empresarial una vez más se van de rositas.
Deberíamos estar orgullosos de tener una población mejor cualificada, pero
vivimos tiempos absurdos. No se puede comprender que los parados tengan que
ocultar parte de sus estudios, va contra la lógica de todo currículum, donde la
persona expone lo mejor de sí misma. El estudio, el esfuerzo, el interés por
los conocimientos, por saber más, por mejorar no tiene valor en nuestro
peculiar mercado. Nunca lo hubiésemos imaginado: ocultar la educación en el
currículum para acceder a un empleo de supervivencia.