jueves, 25 de septiembre de 2014

En la 23ª Marea Blanca se aportaron cifras sobre presuntas víctimas mortales

Durante casi dos años la Marea Blanca no ha faltado a su cita el tercer domingo de cada mes. El 21 de septiembre de 2014, la manifestación comenzó a mediodía en  Atocha (confluencia de la glorieta con el paseo del Prado) y finalizó hacia las dos de la tarde en la Puerta del Sol, donde, cerca de la pastelería La Mallorquina, había una pequeña plataforma elevada en la que cuatro oradores expusieron sus testimonios, denuncias y reivindicaciones. La marcha fue numerosa, pero no tan masiva como el año pasado por las mismas fechas, y el ambiente, siendo pacífico como tantas veces, no fue especialmente lúdico. Tímidos cantos y poco baile. El tema de la muerte espanta la fiesta. En esta manifestación se mencionaron los despidos, las privatizaciones, los recortes, el saqueo de lo público como en otras ocasiones, pero también la exclusión sanitaria y, sobre todo, las “muertes”. La consigna del cartel de la convocatoria decía “Los recortes en sanidad, matan”, y durante la marcha se aportaron algunas cifras de muertes que una parte de los manifestantes achacaron a las políticas de austeridad. Se habló de la muerte de tres personas y se atribuyó a la falta de cobertura sanitaria; se denunciaron “12 muertes al día” —“4.000 fallecidos el año pasado”— de enfermos de hepatitis C porque no pueden acceder al tratamiento; incluso se escuchó el testimonio de un hombre que atribuía la muerte de su padre a la falta de asistencia en un hospital. La vigésimo tercera Mara Blanca fue de excesiva crudeza,  no solo por la insistente y preponderante presencia de las "muertes", sino también porque los manifestantes renombraban los hechos: “No son muertes, son asesinatos”. De este modo, utilizando la misma estructura  que en las protestas contra los desahucios donde se gritaba “No son suicidios, son asesinatos”, algunos manifestantes de la Marea Blanca hacían acusaciones y señalaban a los culpables. La muerte rondaba por todas partes, en las pancartas, en las consignas voceadas, en los discursos de los oradores y quién sabe si codo con codo entre los caminantes, porque aquella mañana de domingo de un verano que ya finaliza en la Marea Blanca pasearon personas que sienten que van a ser desahuciadas de la vida: “Los recortes del Gobierno del PP me condenan a muerte”, rezaba una pancarta de un afectado de hepatitis C. Nunca antes había asistido a una protesta en la que fuese tan costoso cruzar la mirada con un grupo de manifestantes. Es una absoluta vergüenza.
Acto frente al Ministerio de Sanidad
La gran pancarta de cabecera de letras azules y fondo blanco en la que simplemente pone “La sanidad no se vende, se defiende” cedió su puesto en el Paseo del Prado, a la altura del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, a un vehículo con el equipo de sonido y a miembros de la Plataforma de Inmigrantes de Madrid. Participantes procedentes del extranjero portaban banderas de diferentes países y variadas pancartas; algunas de estas, que estaban ilustradas con detalles del Guernica de Picasso, exhibían cifras: “3 personas muertas gracias al Real Decreto Ley 16/2012”; “Más de 900.000 personas sin tarjeta sanitaria”. Ante la megafonía se sucedían oradores con distintos acentos que terminaban sus respectivos discursos  con este eslogan: “Ningún ser humano es ilegal”. Los oradores también expusieron las principales reivindicaciones de la protesta: la derogación de la Ley 15/97 y del Real Decreto Ley 16/2012. La primera permite la entrada de empresas privadas y capital financiero en la sanidad pública; el segundo anula la sanidad universal dejando sin cobertura sanitaria ordinaria a miles de personas. En las pancartas se leía: “Dos años de exclusión, dos años de vergüenza”; “¡Apartheid sanitario, no!”; “¿Cuántos más deben morir?”; “Recortar en sanidad, corrupción mortal”. Las gargantas voceaban “La misma clase obrera, nativa o extranjera”. El acto se cerró con canciones interpretadas por la Solfónica seguidas de la proclama “Sí se puede”.
El Ministerio de Sanidad y la ministra Ana Mato fueron acusados por parte de los asistentes que a viva voz lanzaban durísimos mensajes: “Este ministerio nos quiere matar”; “¡Asesinos!”; “¡Ministerio asesino!”; “La Mato nos mata y el Gobierno nos remata”; “Mato y Cospedal a Soto del Real”. A lo largo de la marcha los afectados por hepatitis C denunciaron su situación como un “crimen de lesa humanidad” y consideraron “vergonzoso” que la ministra “esté negociando con los laboratorios la salud de las personas”.
A lo largo del recorrido de esta manifestación en defensa de la sanidad pública se podían leer pancartas en las que se explicitaban los problemas más preocupantes para los diferentes colectivos. La Marea Blanca de Fuenlabrada había escrito: “Derivaciones a la privada, ni una más”; la Marea Blanca de la Sierra Noroeste: “Hospital de Villalba (gestión privada), 2.000.000 € de dinero público saqueado”; la Plataforma de Usuarios de La Princesa: “No al lucro en sanidad. Ni empresas ni médicos empresarios”. También estaban presentes los defensores de los hospitales públicos La Paz, Henares y Móstoles. Los del Centro de Transfusiones de la Comunidad de Madrid denunciaban a voces: “Que no te engañen, no lo permitas, Cruz Roja con tu sangre se hace rica”. También acudieron los trabajadores de la Lavandería Central y más personal no sanitario que se declara “igual de necesario”. En esta marcha apenas se veían símbolos (banderolas, camisetas, pegatinas) de partidos políticos y sindicatos; aunque sí lucieron su novedosa camiseta morada los de Podemos Parla. En la glorieta de Cibeles aguardaban personas con banderolas de Equo, cuyas pancartas, atuendos y bicicletas dejaban claro que procedían de la concentración contra el cambio climático que se desarrolló en la Plaza de San Juan de la Cruz. Algunos de estos manifestantes se incorporaron a la Marea Blanca con sus bicicletas, eso sí, llevándolas a pie.
Discursos finales
Al llegar a la Puerta del Sol muchos de los participantes se dispersaron dando por concluida la protesta; otros avanzaron por la plaza hacia la boca de Metro que está próxima a La Mallorquina y se situaron delante de una mínima plataforma elevada a pocos palmos del suelo. Ante el micrófono se sucedieron cuatro oradores. El primero recordó nuevamente la muerte de tres personas sin cobertura y los graves problemas que pueden padecer las 900. 000 personas expulsadas del sistema sanitario; entre otros, carecen del debido seguimiento de las enfermedades crónicas. Además denunció que el Gobierno no solo “hace oídos sordos” de las advertencias de organismos internacionales sino que también “están incumpliendo”. El segundo orador se refirió a los enfermos de hepatitis C y dijo que fallecen unos 12 al día, tras lo cual los congregados vocearon vehementemente “¡Asesinos, asesinos!” Empleó la expresión “Genocidio de enfermos” y aseveró “No toleramos ni una muerte más”. Hizo un repaso de las principales reivindicaciones (derogación normas, readmisión trabajadores, fin de derivaciones, etc.) y exigió la dimisión de Ana Mato y del presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González. El tercer orador rememoró el caso de su padre, cuyo fallecimiento en el Hospital de Toledo achacó a la desatención. Quiso tener un especial recuerdo para Castilla-La Mancha, “la comunidad donde más sufren los recortes”. El cuarto orador dijo que cuando llegue mayo —en referencia a las elecciones autonómicas y municipales— “nos acordemos para echar a los de ahí dentro con el voto”. La manifestación se dio por terminada con la actuación de la Sofónica que, como acostumbra, entonó el Canto a la libertad de Labordeta para cerrar.

lunes, 8 de septiembre de 2014

La violencia crisista denunciada ante la opinión pública por los manifestantes

¿Qué se entiende por violencia? ¿Cuántos tipos de violencia se reconocen? ¿Qué tipo de violencia se condena y por quién? La respuesta a estas preguntas va a depender de los diferentes actores en el terreno político, especialmente si son antagónicos; esto es lo que está ocurriendo con los actores dominantes y los emergentes durante el Crisismo. Mientras que las élites económicas y políticas (los crisistas) no consideran violencia los estragos sociales producidos por la supuesta “crisis económica” ni por las políticas de “austeridad”, como mucho lo llaman “sacrificios”, los movimientos sociales y de protesta, (los anticrisistas) —que se oponen a esas políticas— sí consideran dichos estragos violencia y lo denuncian durante las manifestaciones en las frases de sus pancartas y en las consignas que vocean. Para denunciarlo en ocasiones emplean la palabra “violencia”, por ejemplo “Violencia es no llegar a fin de mes”, pero utilizan con más frecuencia términos que aluden al crimen, al delito: “No son suicidios, son asesinatos”; “Los recortes en sanidad, crimen legal”; “Tenemos la solución, los banqueros a prisión”; “Genocidio financiero”; “Reforma laboral, esclavitud del siglo XXI” “Este sistema no es una democracia, es una mafia”, etc. Similares ideas y expresiones también afloran en las asambleas populares o en los encuentros que desarrollan en calles y plazas y, por supuesto, en internet a través de sus páginas web y la participación en redes sociales.
Los actores dominantes y los emergentes, es decir, los crisistas y los anticrisistas  no solo se oponen por llamar a las mismas realidades con diferentes nombres, como se sabe lo que para los primeros es “crisis” y “austeriedad” para los segundos es “estafa” y “austericidio”, sino que tienen una concepción muy diferente de lo que puede ser considerado violencia en cuanto a las decisiones políticas se refiere. En el discurso dominante no se cuestionan ni son reprobables las políticas económicas brutales que causan una gran desolación social, por tanto, se puede ejecutar sin más el desmantelamiento del Estado del Bienestar al mismo tiempo que se suben los impuestos, hacer reformas laborales que impliquen reducción de los derechos de los trabajadores o leyes abusivas en beneficio de bancos y grandes corporaciones. Por su parte, los anticrisistas ponen en entredicho esa opinión dominante al considerar “violencia” esas medidas económicas que provocan un devastador impacto social, máxime cuando consideran que los grupos hegemónicos económicos y políticos que las imponen siguen enriqueciéndose y conviviendo con la irresponsabilidad, la corrupción, el abuso o el delito.
Una opinión emergente
En consonancia con los términos Crisismo, crisistas y anticrisitas, emplearé la expresión violencia crisista para referirme a un concepto o una idea aun difusa, pero denunciada por los manifestantes, por tanto, contenida en el discurso y en el pensamiento de una parte de la opinión pública. Lógicamente, no sé cómo se llamará esta idea de violencia en el futuro si es que acaba “afianzándose”, pero de momento la expresión violencia crisista me servirá para aludir a lo que es tan solo una opinión emergente. Si pasa a convertirse en una idea compartida por más sectores de la población, más difundida por los medios de comunicación, más valorada en la vida política, quizá sea un día opinión  dominante, y quién sabe si tendrá la misma consideración que otras formas de violencia que son castigadas por las leyes. Hoy por hoy, resumo sus principales rasgos de esta manera:
·        La violencia crisista es una opinión emergente.
·        Esta idea de violencia se refiere a políticas socioeconómicas que causan un devastador impacto social.
·        En el discurso anticrisista se atribuye  a la clase económicamente dominante que en connivencia con el poder político tienden a comportamientos abusivos, irresponsables y delictivos, los cuales nos llevaron a la “crisis” y nos impiden salir de ella.
·        Se denuncia donde se desarrolla, en la democracias representativas.


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