Durante la llamada “crisis económica internacional” que comenzó en 2008 y que sigue en la actualidad se han empleado muchos eufemismos para ocultar la realidad; una manipulación burda pues el engaño ha sido fácilmente descubierto por la población, por ejemplo: los “ajustes” son recortes y más claramente destrucción del estado del bienestar; la reforma laboral es pérdida de derechos para los trabajadores; la “movilidad exterior” es emigración de jóvenes preparados; “copago” es repago o pagar dos veces por lo mismo. Sin embargo, es la propia palabra “crisis”, enunciada por las élites económicas y políticas y aceptada (sin rechistar) por el periodismo tradicional, un gran instrumento de manipulación: para meter miedo ¾La doctrina del shock como ha explicado Naomi Klein¾, pero también para encubrir una realidad que las élites políticas y económicas se niegan a asumir: la palabra “crisis” sirve para tapar su irresponsabilidad y su inmoralidad en la llegada de ésta. A la palabra “crisis” se le da el significado de colapso del sistema económico, como si dicho sistema entrase por sí mismo en el caos. Es así como los desmanes económicos se han ocultado bajo esta idea de “crisis” y han acabado incluyéndose en la historia de las supuestas crisis cíclicas capitalistas. La “crisis económica” es presentada como una catástrofe natural, es decir, un hecho que acaece por sí solo, normalmente imprevisto e impersonal, por tanto, sin responsables. Pero hay una diferencia entre la catástrofe natural y la economía, y es que en la segunda es muy difícil ocultar la intervención humana. Así que esas élites echan la culpa de la “crisis” al conjunto de la población con frases del tipo “Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”, y ahí nos incluyen a todos. La responsabilidad de la crisis queda de este modo difusa, abstracta y “paliada”, porque decir que todos somos responsables les sirve a las élites económicas y políticas para descargarse de culpabilidad.
Debajo de la tapadera de la denominada “crisis económica internacional” han quedado sepultadas las responsabilidades personales de los que crearon y comerciaron con las hipotecas basura o los activos tóxicos, los que propiciaron y sostuvieron la burbuja inmobiliaria, los que favorecieron que los poseedores de grandes fortunas eludiesen impuestos, los que despilfarraron dinero público en obras faraónicas, los que diseñaron la transición a una nueva moneda de forma deficiente, los que participaron en corruptelas diversas, los que encarecieron y encarecen repetidamente la electricidad; (son solo unos pocos ejemplos). Estas élites son tanto económicas como políticas, locales como nacionales y supranacionales; y entre ellas están los que diseñaron, promovieron y ejecutaron estos desmanes e imprudencias en beneficio propio o de un determinado grupo social, y los propios organismos de control que hicieron la vista gorda, más preocupados por predicar sobre rebajas salariales que por vigilar que no se produjeran fechorías en sus áreas de competencia. Por cierto, estos organismos de control, nacionales e internacionales, antes de la crisis fueron muy descuidados y ciegos para verla venir y, después, “expertos” o “sabios” para imponer medidas de austeridad a aquella parte de la población que no tuvo ninguna responsabilidad en la toma de decisiones que acabaron en colapso. Si hubo estafas, abusos, negligencias, gestiones codiciosas o falta de vigilancia, a los altos círculos del poder económico y político, nacional e internacional, no les importó mientras acumulaban riqueza, aun intuyendo que todo esto podía acabar arruinando a multitud de ciudadanos de diferentes países.
Las élites económicas y políticas al emplear la noción de “crisis económica internacional” nos están imponiendo un pensamiento y un lenguaje ideológico en la medida que les beneficia a sí mismas. El concebir la crisis como algo en lo que estamos todos implicados con frases del tipo “Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades” es terreno bien abonado, no solo para exculparse, sino también para intentar justificar ideológicamente la imposición de soluciones a la crisis que siguen siendo abusivas, como la socialización de pérdidas. En su discurso equivale a decir: “Si todos estamos implicados, todos debemos sacrificarnos”. Una doble mentira, porque ni todos tomamos decisiones imprudentes que nos metieran en el atolladero, ni las élites irresponsables e inmorales están sufriendo el sacrificio.