La tarde era gris, de otoño y hacía algo de frío en Madrid para ser 25 de septiembre. Las personas que se concentraron en la plaza de Cánovas del Castillo ¾conocida como Neptuno por hallarse allí una fuente en honor del dios romano de las aguas¾, mirando a la Carrera de San Jerónimo ¾donde se ubica el Congreso de los Diputados¾, vestían ropas de abrigo (botas, cazadoras, bufandas) mezcladas aún con algunas prendas veraniegas (bermudas, camisetas de manga corta, sandalias). Algunos asistentes llevaban chubasquero, incluso paraguas, porque parecía que iba a llover. Iban pertrechados para las inclemencias climáticas de este puntual otoño, pero no llevaron nada para defenderse de la violencia policial. Los golpes, patadas y porrazos incidían directamente sobre sus cuerpos. La solidaridad y el arrojo de otros manifestantes que tiraban de ellos para arrancarlos de los brazos policiales evitaron que la escabechina fuese mayor. En este 25 de septiembre los ciudadanos que se concentraron mirando, aunque de lejos, al Congreso de los Diputados ¾institución donde supuestamente están los representantes del pueblo español¾ para exigir más democracia fueron brutalmente golpeados y tratados como súbditos, ganado o esclavos. La feroz actuación policial y las reacciones del gobierno del Partido Popular alabándola corroboran lo que los manifestantes sostienen: la supuesta democracia española de 2012 se comporta como una virulenta dictadura que no solo empobrece a su población, sino que también la reprime y vapulea.
“De tanto chorizo como hay, ha ‘venío’ el ‘perrío’”
La marcha desde Cibeles a Neptuno estaba convocada a las cinco y media; un recorrido muy corto a una hora muy temprana, así que la gente seguía bajando por el Paseo del Prado independientemente de la manifestación y de la hora. A las seis lo hacían principalmente por el bulevar y los carriles de bajada; por los de subida todavía rodaba el tráfico. En Neptuno los congregados se hallaban junto a las vallas azules que han puesto en la confluencia de la plaza con la Carrera de San Jerónimo. Después de esta masa humana “compacta” pegada a las vallas había más asistentes, algo más dispersos, por lo plaza de Cánovas del Castillo, tanto a un lado como a otro de la fuente del dios romano. Al norte de la fuente se ubicaban las unidades móviles de los medios audiovisuales, unos andamios y una grúa para captar buenas imágenes desde lo alto. Entre este equipamiento mediático y las zonas ajardinadas más cercanas a la fuente habían colocado unas vallas grises, parecía que para protegerlo, aunque los manifestantes se ubicaban muy próximos a las unidades móviles o, incluso, entre ellas. La fuente de Neptuno, de la cual en todo momento brotaba agua, estaba rodeada completamente por unas vallas de color granate. Se veían policías de pie tras las vallas azules que impedían el acceso a la Carrera de San Jerónimo. También había furgones de la Policía Nacional y agentes de pie en los carriles de bajada del Paseo del Prado y en torno a la fuente del dios del mar¾varias lecheras en dos filas por arriba de la fuente y varias lecheras en dos filas por abajo¾. Estos policías apostados junto a las lecheras que sitiaban la fuente llevaban el casco puesto. Había también un vehículo de la Policía Municipal mirando al poco tráfico que aún subía por el Paseo del Prado. El despliegue policial era asombroso y la gente lo comentaba en los corrillos. Habían visto también parejas de la Policía Nacional en las estaciones del tren de Cercanías o cerca del Ayuntamiento. Un hombre en tono castizo y jocoso, alzando la voz para que lo oigan más allá de su corrillo, suelta esto: “De tanto chorizo como hay, ha ‘venío’ el ‘perrío’”. A las siete menos veinte el tráfico de vehículos está ya cortado también en los carriles de subida del Paseo del Prado. Cada vez había más gente: el goteo de manifestantes no cesó hasta las nueve de la noche. Al principio los congregados eran de edades variadas: desde bebés hasta ancianos, aunque podría decirse que predominaba la gente de mediana edad. Con el paso de las horas ya no se veía público infantil, pero se añadieron muchísimos jóvenes.
Pequeñas banderas rojas o negras sin siglas, sin nada
Como en toda protesta los asistentes portaron banderas y pancartas, además de vocear sus consignas. En esta concentración ondearon varias banderas republicanas y los llegados de otras comunidades enarbolaron su respectiva bandera, como la de Aragón y la de Andalucía. También se pudo ver una bandera arcoíris y otra con la imagen del Che y su lema “Hasta la victoria siempre”. En la parte sur de la glorieta ondearon las banderolas con las siglas CNT/AIT. Sobre la cabeza de un pequeño grupo situado frente a la Carrera de San Jerónimo se veían unas banderas del tamaño de una servilleta, de un solo color, o rojo o negro, y sin siglas o emblema que identificase a algún colectivo. La tela estaba pegada a un mástil que parecía de madera. El número de ellas podría estar entre diez y quince. En cuanto a las pancartas, la mayor parte de ellas hacían alusión a la democracia y a los políticos, las referidas a los recortes del estado del bienestar eran las menos. Pancartas tan escuetas como “No” o “Así, no!” estaban junto a otras también muy breves pero más significativas, por ejemplo, en torno a la democracia: “Abrir un proceso constituyente!”; “Rescatar la democracia”; “Soberanía popular, ya!”; “Democracia económica”; “Libertad de expresión!”; “Antidemocrático golpe de estado, golpear al ciudadano”; “We demand democracy”; “Democracia de verdad”. Respecto a los políticos: “Dejadles salir, tienen que dimitir”; “Políticos, culpables!”; “”Políticos corruptos, sistema podrido”; No nos da para sogas, el que lleve una que levante la mano” ( frase acompañada con el dibujo de una horca con soga); “Aplastemos al Gobierno. No paguemos su deuda. En lucha. Anticapitalismo y revolución” (con el dibujo de un martillo sobre las siglas del PP).
Las consignas voceadas antes de los primeros incidentes con la policía fueron varias veces repetidas pero limitadas: “Dimisión”; “Fuera”; “Que no, que no, que no nos representan”; “Oé, oé, oé lo llaman democracia y no lo es”. La masa apenas cantaba; el ambiente no era festivo, sino de expectación. No obstante, algunos grupos aislados intentaron divertir a la concurrencia. Por ejemplo, cuando pasaba el helicóptero sobre sus cabezas coreaban: “Ito, ito, ito, que se caiga el pajarito”; “Eso, eso, eso, que se caiga en el Congreso”. Un grupito de mujeres con altavoz iban cantando (con la música de “Obí, obá, cada día te quiero más”): “Botín, Rajoy, cada día me roba más…” También sacó unas risas al personal la charla de un hombre que logró ubicarse con una furgoneta en un carril de subida del Paseo del Prado; llevaba megáfono y un cartel sobre el vehículo que entre otras cosas decía: “Atropellado por la justicia alemana, francesa y española”. En otro grupo una mujer joven con altavoz pronunciaba un discurso ecologista. Así transcurría el tiempo, de corro en corro, con gente moviéndose de aquí para allá, hasta que a las siete de la tarde suena un estruendo de silbatos, carracas y gritos. Se oye “Hijos de puta” y “Esto nos pasa con un Gobierno facha”; después, muy fuerte por toda la plaza: “¡Gobierno, dimisión!”. Desde el fondo de la plaza una ambulancia del Samur se abre paso entre la muchedumbre, todo hace pensar que lleva heridos.
Primera avalancha. “¡Parad, parad, que no pasa nada!”
A las siete y diez llega a Neptuno una marcha con la siguiente pancarta en cabecera: “Que se vayan todos”. No se detiene en la plaza sino que continúa hacia abajo; la mayoría de la gente no se une a ellos. Al contrario, los participantes en la concentración cogen sitio en la plaza de Cánovas del Castillo y ya son tantos que la rebasan. Esto hace que haya gente apostada en la acera donde está el Museo del Prado, en la acera donde está el Hotel Ritz y por Felipe IV arriba, que es la calle que separa a ambos insignes edificios. Los manifestantes del norte de Neptuno aguardan sentados en los bancos y el césped del bulevar o, de pie, cerca del palacio de Villahermosa, donde hay una ristra de furgones policiales. Al sur de la fuente, en el bulevar hay dos puestos de banderas y suvenires y más adentro se halla gente descansando bajo la oscuridad de la arboleda. Algunos aprovechan para merendar; otros, hasta para orinar, como dos individuos que lo hicieron de cara a los setos. Un joven sobre una bandera larga y estrecha que está en el suelo escribe: “Mariano, hijo puta. Policía asesina”. En estos carriles de bajada al sur de Neptuno no se ven lecheras de la policía cerca y los congregados charlan relajados en diferentes grupos. Sin embargo, a las ocho la gente se desplaza hacia la derecha, hacia los carriles de subida, chillando: “¡Hijos de puta!”. Sube un furgón policial y la gente continúa voceando: “¡Menos policía, más educación!”. Ya en la plaza se produce una avalancha: la gente corre hacia abajo por los carriles de subida del Paseo del Prado. Un hombre de frente a los que corren ordena a gritos: “¡Parad, parad, que no pasa nada!”. La turba cesa. Ahora también hay lecheras en los carriles de subida del Paseo del Prado, por encima de Neptuno, de ahí que la gente huyese hacia abajo. Se está haciendo de noche y se encienden las farolas. De las sirenas de las lecheras también sale la típica luz de color azul. Los manifestantes vuelven a sus corrillos y comentan los incidentes, lo que han visto, lo que les han contado, que si “una chica con toda la espalda roja”. Son las ocho y cuarto y la tensa espera es de nuevo interrumpida por la marcha que antes bajó por el paseo y ahora regresa; dicen: “Nos movemos”; “Eo, eo, vamos de paseo”. Otro grupo más ameniza la tarde, pero estos son realmente llamativos: van vestidos con harapos mugrientos de pies a cabeza y cantan “Yo soy español, español, español”.
Segunda y tercera avalancha. “Papá, ¿dónde estás, papá?”
A las nueve menos cuarto un buen número de asistentes enlazan sus manos formando una cadena humana. Salen desde el interior de la plaza hacia arriba, por un carril de subida del Paseo del Prado. La cadena se extiende y se extiende mientras sus integrantes corean: “Eso, eso, eso, rodeamos el Congreso”; “El próximo parado que sea un diputado”, “Sí se puede”. La cadena se estira y desde ella algunos pueden mirar casi cara a cara a los antidisturbios que están de pie junto a las lecheras ubicadas en estos carriles de subida. Gritan: “¡No nos mires, únete!”; “¡Échale cojones, que nos faltan eslabones!”. Los policías llevan puesto el casco y algunos llevan escudo. Uno de los furgones policiales hace maniobras para subir hacia arriba. Mientras las realiza da marcha atrás hasta casi rozar a los integrantes de la cadena. Gira y sube. Hay profesionales y manifestantes que lo están grabando y fotografiando. La cadena se suelta y aplaude. Desde el interior de la plaza se oyen petardos o disparos, sea lo que sea, la gente por todas partes vuelve a decir “Dimisión” y “El pueblo unido jamás será vencido”. Aumenta el ruido y con él viene la segunda avalancha. Una chica desde su megáfono suplica: “¡No corráis, que somos muchos!”. La multitud se calma, pero solo unos segundos. Llega la tercera avalancha y la gente corre más deprisa y durante más tiempo. Huyen por todas partes. Un lugar despejado de furgones policiales es la calle Felipe IV. Son las nueve de la noche y desde esta calle se escuchan perfectamente los disparos. Una mujer exclama: “¡Están cargando!”. Los huidos por Felipe IV se paran, se dan la vuelta mirando a Neptuno y aguardan acontecimientos. Pero pocos segundos después la turba se mueve y hay que seguir corriendo hacia arriba. Otra vez se paran, se dan la vuelta y oyen un rumor: “El pueblo unido jamás será vencido”. Los allí parados se unen y lo vocean también. Después, otra voz se aproxima y los allí parados de nuevo contribuyen a propagarla: “Hijos de puta, hijos de puta…” Desde un hotel los curiosos salen a la puerta. La calma no dura nada, no hay lugar para contemplaciones, hay que seguir corriendo. Un chaval avisa: “¡Por la izquierda hay policía!”. La gente que va para un lado se cruza con la que va para otro. La confusión y el pánico son tremendos. Una muchacha corre mirando para detrás: “Papá ¿dónde estás, papá?” La mayor parte de los huidos entran por la derecha en la calle Ruiz de Alarcón; al poco tiempo dejan de correr y van caminando. Pero el reposo es muy breve, viene gente corriendo y los que pasean se ponen nerviosos y corren también. Los huidos se acaban dispersando por los callejones. Al cabo de un rato muchos de ellos se reencuentran en Alfonso XII, calle ya límite con el Retiro. Por el móvil dan noticias de cómo se encuentran. A lo lejos se siguen oyendo las cargas policiales. Una chica se ha puesto la bandera republicana a modo de bufanda; hace algo de frío. Algunos nos dirigimos a la estación de Atocha para coger el tren de Cercanías y regresar a casa. No imaginábamos que en aquel vestíbulo y en aquellos andenes más tarde se desataría la locura. ¿Cómo pudieron todos aquellos policías perder de aquel modo la cabeza? Bueno, tampoco fue tan raro, llevaban haciéndolo toda la noche con la complacencia ¾hasta el aplauso¾ de sus jefes.