En
la actual situación de crisis y protestas quizá todos nos hemos
preguntado alguna vez cuánto tiempo seguirá siendo legítimo para la
mayoría de la población el actual sistema democrático, concretamente el
de hoy día, el que está bajo la dictadura de los mercados. Cuánto tiempo
podremos seguir creyendo en él y justificándolo si ahora se nos revela
como una farsa y pernicioso para el bienestar de la mayoría. El actual
sistema democrático de partidos ha perdido su esencia: ya no tiene
sentido elegir entre ideologías en cierto modo contrapuestas; derecha e
izquierda representaban tradiciones e intereses socio-culturales muy
diferentes. En estos inicios del siglo XXI y con pretexto de la crisis
económica, elijamos el partido que elijamos, éste ha de seguir las
directrices de los mercados. Por tanto, de nada sirve elegir entre las
tradiciones ideológicas de
antaño, sencillamente porque ya no podemos elegir nada, o lo que es lo
mismo, sólo hay una ideología: la del capital financiero. Una ideología
que se impone bajo la lógica del miedo: recortes –austeridad para los de
siempre- o la quiebra del estado. No hay nada más importante que pagar
la deuda, para que den más dinero y siga el endeudamiento.
¿Está la democracia en peligro? ¿No es legítima para la población? No, la democracia en sí, la de verdad, es sumamente respetada; pero lo que nadie puede justificar es esta degeneración del sistema democrático con
representación de partidos que estamos padeciendo. No hay democracia
real sino dictadura del capital y unos gobiernos –sean de izquierdas o
de derechas-, elegidos democráticamente pero atados de manos por los
usureros. Las protestas de los ciudadanos no rechazan la democracia en
sí, lo que rechazan es este paripé. Quizá sea eso lo que quieren decir
los indignados cuando a gritos corean: “Lo llaman democracia y no lo
es”; “Que no nos representan”. No
es democracia porque es dictadura del capital; y no nos representan a
los ciudadanos porque en su hacer diario vemos que sólo defienden los
intereses de los mercados.
El
gran riesgo para las actuales democracias podría estar, no obstante, en
su vertiente social. Desde mediados del siglo XX se ha vivido un
periodo de paz y estabilidad en Europa con sistemas democráticos,
políticas de bienestar y respeto a
las conquistas sociales. Los ciudadanos podían votar a partidos de
izquierdas que, como representantes de los más desfavorecidos, podían
acceder al poder y frenar los desmanes del capital, e intentaban equilibrar entre clases de modo que cada vez
más gente alcanzara mayor bienestar. La democracia y la izquierda
servían para algo si es que introducían mecanismos para compensar a los
más pobres. Esta dinámica se ha
quebrado en las democracias sometidas a la dictadura del capital. La
brecha entre ricos y pobres vuelve a crecer, la exclusión en los países
ricos comienza a ser escandalosa. Es aquí donde surgen los
interrogantes. ¿Seguirá gran parte de la población fiel al sistema
democrático -que antes servía y ahora, no- o querrán otro? ¿Dejará la
gente de creer en la actual democracia si están condenados a vivir peor
que la generación de sus progenitores? ¿Qué discurso nos puede convencer
de que debemos asistir a esta gran brecha de desigualdad social en el
mayor periodo de paz y desarrollo tecnológico? Si nos aprietan más y más
las tuercas ¿qué va a pasar?