El escenario era mínimo pero suficiente: una plataforma elevada sobre el suelo con micrófonos y otros aparatos del equipo de sonido, sin telón de fondo, tan solo un pequeño camión inmediatamente detrás y, pocos metros más allá, la fuente de la diosa Cibeles. A la derecha, el Ayuntamiento y un cartel en el centro de su fachada: “Refugees welcome”. En la parte baja del escenario, a los pies de los oradores, la pancarta con el lema de la convocatoria: “Contra sus mordazas, nuestra libertad. 15M”. Un joven orador pide un minuto de silencio por “todos los que llevan mucho tiempo sufriendo esta mísera estafa” —se refiere a la llamada “crisis económica internacional”— y, entre otros, nombra a los expatriados, los desahuciados y los afectados por la hepatitis C. El público manifestante aplaude en silencio, esto es, con el lenguaje de signos (brazos extendidos hacia arriba y manos que giran suavemente con los dedos separados). Tras el minuto de silencio y quietud, estallan: “Que no, que no, que no nos representan”; “No mordaza, libertad”. El sonido de la batucada retumba y algunos asistentes bailan siguiendo su ritmo. De nuevo en silencio el joven orador retoma su breve discurso: “Seguiremos en las calles después de las elecciones”. Asegura que lo harán independientemente de quien acceda al poder tras las elecciones generales del 20 de diciembre, y añade: “Democracia es participación y se construye desde las calles”. Los congregados vocean “Sí se puede; el joven orador: “Vendrán nuevos retos”. Utilizando el femenino plural para referirse a todos y a todas proclama: “Si nos quieren amordazadas y divididas, nos tendrán juntas y en las calles”. Era alrededor de la una del domingo 13 de diciembre de 2015 y resplandecía y calentaba el sol en Madrid como si fuese una mañana de primavera. Los discursos sobre el escenario en Cibeles habían sucedido a la cadena humana contra la leyes mordaza (Ley de Seguridad Ciudadana, reforma del Código Penal y Pacto Antiterrorista). La protesta, convocada por el colectivo No Somos Delito, había comenzado a las once y se había previsto que la hilera de personas dándose la mano se extendiese a lo largo del paseo del Prado, es decir, desde Atocha hasta Cibeles. El joven orador se congratulaba por la longitud de la cadena humana y exageraba al decir una cifra superior a los kilómetros del paseo.
Desde la plaza de Murillo hasta Cibeles
Los carriles del paseo del Prado que van desde Atocha —plaza del Emperador Carlos V— en dirección a Cibeles se cortan al tráfico rodado los domingos; ese circunstancia fue aprovechada para la protesta, pero la cadena humana no comenzó en Atocha, donde había furgones de la policía Nacional con los agentes en la calle charlando tranquilamente, sino que por el sur su punto de partida fue más cerca del Museo del Prado, exactamente en la plaza de Murillo; por tanto, la cadena humana no se extendió a lo largo de todo el paseo como se había previsto. Podía haber sido Atocha-Cibeles, pero fue Murillo-Cibeles. La participación estaba siendo menor a las expectativas. Además, a la cadena humana se le rompían los eslabones ya que se veían tramos vacíos. En la protesta se podían observar símbolos de bastantes colectivos, pero también se apreciaba que los grupos que formaban la cadena no estaban suficientemente nutridos, esto es, de cada asociación o plataforma habían acudido pocos manifestantes.
Entre las once y las once y media en la plaza de Murillo había ambiente de fiesta. La percusión de la batucada y las voces del grupo de payasos se intercalaban. Los primeros manifestantes se sumaban al corrillo y los fotógrafos, camarógrafos y reporteros entraban y salían del agrupamiento. Payasos y percusionistas gritaban contra las leyes mordaza y lo mismo se oía “¡Libertad!” que “Multa, multa, multa”. Sobre zancos estaba el “Policía Necional” —identificado así por el cartel que llevaba en la espalda—, que con su peluca azul y su gorra se dedicaba a poner multas a troche y moche. El buen humor, los bailes, los cánticos y el tono burlón no se aminoraban ni con la presencia de dos agentes de policía, de los de verdad, que montados a caballo paseaban hacia arriba y hacia abajo. La sorna de los payasos se derrochaba y eso que la mera estampa de los agentes sobre los equinos imponía.
La cadena humana poco a poco empieza a tomar forma, mientras tanto se reparten periódicos y octavillas, a saber: una guía antirrepresiva de la CGT, un comunicado para una concentración contra la guerra, un manifiesto ante las elecciones generales de la Asamblea Comarcal Noroeste. Unos jóvenes aprovechan la espera para acordonar parte del paseo poniendo una tira de plástico blanco con letras rojas de árbol en árbol en la que se lee: “Zona libre de CETA y TTIP. Hay más activistas contra estos tratados, por ejemplo los que portan la pancarta “Las personas y el planeta no somos mercancías TTIP” (símbolo de prohibido sobre las siglas).
En el extremo sur de la cadena, teniendo de frente la plaza de Murillo y a sus espaldas el Ministerio de Sanidad, estaban los de la Marea Blanca que llevaban globos del mismo color y camisetas en defensa de la sanidad pública. Próximos a ellos hay participantes con camisetas de las plataformas antidesahucios y otros de la Marea Granate que sujetan urnas de cartón en las que pone “Queremos votar #DesdeTodasPartes”. A lo largo de la cadena por sus pancartas o su atuendo se identifica perfectamente a los manifestantes de colectivos que acuden con frecuencia a protestar contra las consecuencias de lo que el joven orador llamó “mísera estafa”: los yay@flautas, los defensores del agua 100 % pública, los afectados por la hepatitis C, los de la Asamblea Merindades Norte de Burgos que rechazan el fracking, los de la Plaza de los Pueblos. Por supuesto, había voluntarios de Greenpeace con sus pancartas que reivindican la energía 100 % renovable y dicen “salvemos el clima”, pero que además llevan luchando contra la ley mordaza desde que se empezó a hablar de ella. Estaba ese señor que con su conjunto de folios con múltiples mensajes y banderas republicanas y palestinas es ya casi una institución de la protesta social madrileña. También se veía alguna bandera arcoíris y pancartas de Recortes Cero‑Los Verdes. La solidaridad internacional se apuntó a la cadena con una pancarta que decía “Ayotzinapa México. Grita por la justicia hasta encontrarlos. Madrid 43 Ayotzinapa”. El apoyo a los refugiados fue notable: “Todas somos refugiados, todas los mismos derechos” (pancarta). SOS Racismo llevaba cartelitos en los que se podían leer cinco exigencias: “1) Derogación del decreto de exclusión sanitaria. 2) Cierre de los CIEs. 3) Fin de las devoluciones en caliente. 4) Política de asilo y humanitaria. 5) Más opciones de regulación".
Contra la ley mordaza se suman manteros y prostitutas
Lo más novedoso en la cadena humana, por ser poco habitual en las protestas contra las leyes mordaza, fue la asistencia de manteros y prostitutas. Las leyes mordaza son la Ley de Seguridad Ciudadana, la reforma del Código Penal y el Pacto Antiterrorista, aunque dicho en singular la ley mordaza es la Ley de Seguridad Ciudadana, que no solo afecta a manifestantes, periodistas o reporteros gráficos, sino que también permite sancionar a manteros y prostitutas en su trabajo diario. El artículo 37.7 castiga la venta ambulante no autorizada; y el artículo 36.11, solicitar o aceptar “por parte del demandante” servicios sexuales retribuidos en zonas de tránsito público, cerca de lugares para ser usados por menores o en lugares donde se pueda generar riesgo para la seguridad vial. También se sanciona ejecutar actos de exhibición obscena (artículo 37.5).
En la parte de la cadena humana donde se habían colocado los jóvenes manteros se podía ver claramente la pancarta “Papeles por derecho”. Algunos de ellos sujetaban pequeños carteles en cuya parte inferior se leía “La necesidad prima sobre la ley” o similar, y en la superior, con letras más grandes, había diferentes mensajes: “Ayudas a usureros y cárcel a manteros”; “Somos honrados”; “Si no vendemos, no comemos”. Algo diferenciaba a los manteros del resto de manifestantes y no era el color negro de su piel, sino cierta tristeza. Mientras que otros participantes reían, bailaban, gritaban o simplemente conversaban, los jóvenes negros formaban parte de la cadena humana prácticamente en silencio, con la cara seria, mirando a lo lejos. El cartel de uno de estos muchachos clamaba contra lo más grave: “No a la muerte ¡basta ya!” En la zona donde se ubicaron las prostitutas tampoco se hacía fiesta, tan solo una bailaba al son de la batucada. Algunas llevaban máscara para ocultar su rostro. En su indumentaria predominaba el color morado. Algunas de sus pancartas son estas: “Si multas a nuestros clientes, nos perjudicas a nosotras”; “Víctimas de las leyes, no de mis clientes”; “No queremos la salvación de ninguna asociación. Fdo.: Colectivo Hetaria y Afemtras”.
Multados, enjaulados, amordazados, España es un carrito arrastrado por esclavos
La cadena humana estuvo acompañada por representaciones simbólicas que salían desde la plaza de Murillo hasta Cibeles, aunque una de ellas tuvo su punto de partida algo más adelante, ya que debía ser muy pesado avanzar desde dentro de un enrejado. Un grupo de manifestantes había formado una especie de jaula, más o menos redonda y sin techo, sujetando cada uno de ellos una reja cuadriculada cuya altura iba desde los pies hasta por encima de sus cabezas. Cada integrante se situaba lo más próximo posible al compañero para que las rejas pareciesen unidas. Para moverse, manteniendo la forma de recinto cerrado, unos caminaban de frente, otros iban de lado y otros, hacia detrás. A la jaula le seguía una gran pancarta amarilla: “Ley mordaza = adiós democracia”. A los enjaulados se les cedió el paso para que se pusieran los primeros junto al escenario. Además de sujetar la reja y estar pendientes de que la jaula no se descolocase demasiado, los encerrados portaban carteles en los que se enunciaba determinada infracción y la cuantía de la correspondiente multa.
En las protestas contra las leyes mordaza realizadas en Madrid se ha recurrido con frecuencia a actos simbólicos que representan la muerte de derechos democráticos. En el paseo del Prado también hubo una de estas actuaciones, con su cortejo fúnebre y las plañideras llorando alrededor de un ataúd en el que se leía “R.I.P. Por las libertades de expresión, participación e información”. Sin embargo, la representación más original —y quizá dada a variadas interpretaciones— la protagonizaron unos chicos y chicas y un pequeño carro. Este era básico: un cajón —cuyos lados medían poco más de un metro— sobre ruedas. Era arrastrado por estas personas jóvenes vestidas de negro y amordazadas. A la cintura llevaban una soga que las unía entre sí y también al propio carro; parecían esclavos. El pequeño carro estaba adornado con banderitas de España rojigualdas en las que estaba estampada la silueta del toro de Osborne. Un chico con traje negro y un clavel rojo iba en el interior del carrito repartiendo multas a los que se cruzaban con él o se acercaban a preguntar; por ejemplo: “Negarse a entregar DNI para indagación y prevención, multa de 600 €”. El joven señalando todo el conjunto (carro, esclavos, multas) dijo que aquello era España.
“Ley de Seguridad contra la Ciudadanía”
Sobre el escenario, y para ir cerrando la jornada de protesta, el joven orador dio paso a dos oradores más procedentes de la revista Mongolia y de la Plataforma para la Defensa de la Libertad de Información (PDLI). Uno de ellos era el humorista Darío Adanti, que leyó un manifiesto en el que a la norma en cuestión se la rebautiza con el nombre de “Ley de Seguridad contra la Ciudadanía”. Adanti hacía reír a los concurrentes con sus comentarios sobre Marcelo, el ángel de la guarda de Jorge Fernández Díaz, ministro del Interior y defensor de la ley mordaza. El otro orador de la revista Mongolia pidió que se deroguen la actual ley de seguridad ciudadana y la anterior. Refiriéndose a los partidos políticos dijo que “no se pueden apropiar de nuestras luchas con fines electoralistas”. Agregó que se debía seguir luchando. El público voceó “Estas son nuestras armas” al tiempo que alzaban los brazos con las palmas de las manos abiertas y los dedos separados.
En la protesta hubo música a cargo de un grupo que recorrió el paseo del Prado haciendo sonar sus zampoñas (instrumento peruano formado por tubos a modo de flauta), y sobre el escenario se sucedieron actuaciones musicales. Por supuesto, la Solfónica también entonó sus canciones para los asistentes. Poco antes de las dos de la tarde la acción de protesta se iba cerrando, aunque desde el escenario se anunció que luego habría una asamblea del 15M y teatro. No obstante, se acercaba la hora del almuerzo y los reunidos habían comenzado a retirarse. Bajando por el paseo todavía quedaba sobre el asfalto una exposición fotográfica sobre migraciones. Acompañaban a las imágenes los siguientes títulos: “Devolución en caliente”; “Redada racista”; “CIE Aluche”; “Los vuelos de la vergüenza”; “Sobrevivir al Mare Mortum”; “#FortressEurope”. Y sí, en la plaza de Apolo, ubicada en la zona ajardinada del centro del paseo, se estaba decorando el lugar para acoger a la asamblea. Extendidas sobre el suelo, para que las leyesen bien los transeúntes, había pancartas sobre diferentes temas o con los nombres de los colectivos de los barrios. Destacaban las pancartas sobre la situación de Palestina: “No somos delito. En Palestina resistimos desde 1948”; “2016: Paz, justicia, libertad” (sobre bandera palestina); “Boicot a Israel”. En la cadena humana sobre las leyes mordaza se vio un poco de casi todo lo que han ido reivindicando los movimientos sociales madrileños durante estos últimos cuatro años. Parecía el resumen de una lucha en la que se han ido añadiendo muchos desafíos. La democracia es algo más que un resultado electoral y mucho más que ir a votar. Como dijo el joven orador “Seguiremos en las calles”. Solo cabe recordar estas pancartas emblemáticas del 15M: “Nuestros sueños no caben en vuestras urnas”; “Mi escaño es la calle”.
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